sábado, 26 de enero de 2013

Crítica y Entrevista

Hola^^ Al habla Poks. Hace poco, me acabé un libro llamado Rastreadores de Dragones, y como buen libro, se merece por aquí una crítica y una recomendación ;) Pero esta merece ser un poco más "desarrollada" ¡Y aquí tenéis la crítica y la info del libro! Lo recomiendo de veras


Rastreadores de Dragones:


Título: Rastreadores de Dragones
Autora: Adriana Criado
Editorial: United p.c
Precio: 21,90€
Páginas: 370
ISBN: 978-84-9015-317-8

Sinopsis:
Katerina Black, una adolescente que vive con su enferma madre, lleva una vida normal, al igual que su amiga Becky. Pero todo cambia cuando Derek y Erik irrumpen en sus vidas para dar un giro total. Ambos tienen ese extraño tatuaje de un dragón engarrotado que marcará sus vidas para siempre.
Con la muerte de su madre, Kate descubre gracias a Derek, que su muerte es provocada por un demonio, el enemigo de los rastreadores y los dragones. Con eso, Kate y Becky se ven metidas en el mundo de los Rastreadores de Dragones por herencia de sangre. Tendrán que marcharse a Oniria, donde su vida comenzará de nuevo.
La historia se abre con dos acontecimientos inesperados, en los que los demonios tienen algo que ver.
Un sacrificio es realizado cada 15 años por los demonios para perpetuar su especie einmortalidad.
Los rastreadores tienen que enfrentarse a ellos y descubrir la masacre a la que son sometidos.
Muerte, amor, vida, celos, traición, alianza, pasado, presente y futuro.
¿Será el fin de los rastreadores?

Opinión:
Sinceramente, creo que un buen resumen de mi opinión sería: me lo leí en dos días estando de exámenes.
El libro te absorbe desde la primera página, gracias a un prólogo que te deja con ganas de más. Durante los primeros capítulos, se dan a conocer los personajes, sus mentalidades y sus dilemas, algo que ayuda a comprender su manera de pensar según pase la historia. Y éso es algo bastante importante, porque los personajes en sí y sus ideas son imprescindibles para la trama, no son simples marionetas para contar una historia. Después se descubre el "por qué", un momento en el que explican algo (no quiero spoilear) que hace que el título tenga un sentido, y entonces te enganchas más. El resto del libro, que no es poco, se centra en una trama intrigante, que hace que quieras dar un bocado a algo para controlar el impulso que te obliga a buscar ciertas páginas y auto-spoilearte. Sinceramente, yo no lo pude reprimir del todo... Es una historia que lees sin ser consciente del tiempo que pasa; yo, cuando me quise dar cuenta, cuando mi vista se percató del numerito que aparece en la parte inferior, llevaba ciento y pico páginas. Además, es un libro que se lee rápido, pese a sus trescientas y mucha páginas, se hace ligero de leer. También merece la pena decir que la trama principal esta impregnada de una historia de amor. Realmente, son varias, pero cabe destacar la que vive la protagonista, y puede que la más intensa. Es un romance que se huele, se siente y se palpa desde la primera vez que los dos personajes hablan, pero poco a poco, se va complicando y... (no quiero spoilear). Las tramas amorosas del libro se enlazan con las de acción, misterio y fantasía,  con la trama "dragónica", haciendo que no pierdas el interés en ningún momento.
Una historia que merece la pena leer, sinceramante.

¿He mencionado que la autora tiene 16 años? Pues sí, por éso me pareció un libro digno de mencionar detalladamente. Adriana tiene dieciséis años y ha logrado algo que mucha gente no consigue en toda su vida: publicar un libro. Para tener la edad que tiene, y para tratarse de su primera novela, es algo impresionante. Está claro que su carrera como escritora sólo acaba de comenzar, y que le queda por aprender, pero todo llegará, y espero que no se rinda, y que todos lleguemos a ver sus futuras obras, que espero que sean tan buenas y mejores como ésta. 

Entrevista
He acosado convencido a Adriana para hacerle una entrevista^^ Y aquí está, ¡tachán!

-Una pregunta que me ronda por la cabeza... ¿Kate está inspirada en ti? Al principio sí, pero luego fue tomando forma, y convirtiéndose en un personaje distinto a mí, la cual podría haber sido yo en otra vida.
-¿Cómo se te ocurrió Derek?
 Derek tenía que ser el típico chico prepotente y arrogante a la que cualquier chica odiaría, pero después acabaría enamorada de él. Así que, ahí está Derek.
-¿De dónde surgió la idea de RDD?
 RDD surgió cuando me dije: tengo que hacer una historia en la que los personajes tengan "mascotas", y una misión. Una amiga me dijo: te gustan los dragones, así que, ¿por qué no dragones? Y así, fue cobrando argumento poco a poco.
-¿Cuándo comenzaste a escribir el libro?
Comencé sobre abril/marzo más o menos de 2011, por lo que justo un año después estuvo acabado
-¿Consideras que el resultado de tu esfuerzo es satisfactorio?
Más o menos. Estoy orgullosa de mi libro, pero claro, tiene errores todavía y cosas que me gustaría cambiar. Pero bueno, lo hecho, hecho está.
-¿Qué te llevó a decir "voy a mandarlo a una editorial"?
La ilusión de tener un libro publicado desde pequeña. Necesitaba verlo en papel y a la venta, y no podía esperar.
-¿Por qué has hecho que "X" muera? D= Con lo bien que me caía...
"X"  tenía que morir para dar la vida por sus compañeros. Tenía que morir alguien, ya eran muchos personajes, y había que darle acción e intriga. Por lo que se me ocurrió que los Rastreadores no podían salir también muy bien parados... Y X murió.
-Cuando pensaste por primera vez en RDD ¿sabías que iba a ser una historia romántica o surgió después?
Para mí una historia sin romance, no es un buen libro. Me encanta el romance, por lo que RDD debía tener sí o sí.
-¿El pobre Alexander sufrirá alguna lesión causada por su padre?
¿Por lesión a qué te refieres? Alexander llevará una buena vida, como rastreador. O quizás no wink Ya ser verá en RDD 2.
-¿Derek está inspirado en alguien?
No, los chicos no están inspirados en nadie.
-¿Cuál es tu personaje favorito? ¿Y dragón? ¿Y escena?
Puf, todos... Pero sin duda me quedo con Kate y Derek. Y dragón con todos... pero creo que Levem es las estrella del libro. Escena, muchas. El reencuentro de los rastreadores cuando creen que "Y" ha muerto y vuelve, los besos, cuando nombran a Levem... etc.
-¿Qué ha sido lo que más te ha costado escribir, y lo que menos?
Sin duda los besos, no sabía cuál era el momento más oportuno. Y las muertes, dolía matar a tu propio personaje. Y la que menos, la verdad no lo sé. Ya que todo el libro ha sufrido modificaciones bastantes veces, y todo ha costado.
-¿Qué es lo que más te ha gustado escribir, y lo que menos?
Todo. Me ha encantado centrarme en mi historia, y darle vida. Y creo que no hay nada que me haya disgustado.
-¿Por qué dragones?
 Adoro la mitología. Dragones, unicornios, dioses, criaturas... Y bueno, dragones era lo más bonito y lo que más encajaba. ¿Te imaginas a los Rastreadores de Unicornios? Qué cómico.


-¿Recuerdas qué fue lo primero que escribiste?
Puf, miles de cosas. Empecé con relatos cortos, aunque no sé cuál es el primero de todos. Creo que tres folios contando una excursión inventada con mi clase... Llevo escribiendo muchísimos años.
-¿Necesitas total y absoluto silencio para escribir?
Depende. Hay veces que necesito mucha concentración y cualquier ruido me altera, y otras en las que me pongo música para escribir.
-¿En qué soporte escribes, y con qué tipo de letra y tamaño? (lo sé, pregunta extraña donde las haya)
Depende de la historia elijo un tamaño, tipo de letra... La que más me guste en ese momento xD. No hay una fija. Y escribo en Word, y a veces a mano para después pasarlo a Word.
-¿Alguna extravagancia o rareza a la hora de escribir?
Que yo sepa ninguna, a no ser que alguien me vea algo extraño jajaja. No, de verdad que no sé, o no caigo.


-¿Cuándo crees que podremos tener RDD 2 en nuestras manos?
Para RDD 2 todavía queda bastante. Llevo 170 páginas pero está pausado para centrarme en otra historia que me gustaría mandar al concurso Ellas Juvenil Romántica si saca bases este año. La historia es: http://odiameyquiereme.blogspot.com
Por lo que RDD 2 tardará mucho, pero iré diciendo novedades si las hay.
-¿Y la novela de romance?
Ódiame y quiéreme no tengo ni idea, pues está en proceso todavía.

¡Muchas gracias a Adriana por dejarse acosar preguntar y a ti por leerlo! ;)



martes, 27 de noviembre de 2012

Nuevo relato ~~

¡Hola a todos! Aquí una de las fundadoras, (esta vez Tiaria xD) Les traigo una historia que subiré aquí periódicamente tanto como pueda. Narra una historia sobre un espacio en blanco de dos años de mi trilogía favorita: Memorias de Idhún. ¡No es necesario haberse leído los libros para entenderla! Que os veía venir xD
Si os gusta la pequeña historia, os aconsejo que leáis los libros que son bastante mejores ^^U Y os lo recomiendo, ¡de verás! Espero que os guste tanto como a mí escribirlo, ¡y no os olvidéis de comentar!  

domingo, 25 de noviembre de 2012

Instinto

Hola queridos unicornios xD Aquí os traemos un relato pornoso y BL de Memorias de Idhún (para variar un poco, ya sabéis xD). Esperamos con sinceridad que os guste^^ Lo llevamos escribiendo desde ayer por la noche y... bueno... morimos desangradas un par de veces en el proceso xD 
Esta vez se trata de un (por fin *____*) Jack & Christian ^^ El próximo, por lo que hemos hablado, será un Alsan & Shail (*_*) xD Bueno, os dejo de molestar^^
A leer ^w^


El silencio se podía palpar, al igual que la tranquilidad que se respiraba. El ambiente era totalmente apacigüe y sereno, ni una gota de nerviosismo irrumpía en aquel mar de calma.
Un mar de hielo.
El joven se apartó el pelo que le invadía el rostro, rápidamente y sin miramientos, sin importarle de qué forma quedaría. Sabía que estaría igual de atractivo de todos modos, además, tampoco le daba demasiada importancia al aspecto físico ¿de verdad importaba? ¿de verdad importaba de qué manera llevaras el peinado, o si tenías la camisa sin arrugas, en el epicentro de una mortífera guerra?
Y, de pronto, una gota de lava cayó en aquel mar helado.
Su mano trazó un camino hasta su espalda, donde aún colgaba la vaina que custodiaba con recelo a El Colmillo de Hielo. Sus dedos encerraron el pomo, casi con ansias de desenvainar la espada y poder pelear. Pero, como siempre, intentó enfriar su mente y concentrarse, sobreponerse al instinto.
Y, en aquellos momentos, sólo una persona hacía que su instinto asesino y depredador despertase.
Jackllamó, no era pregunta, ni una duda, ni si quiera una hipótesis. Era un hecho: sabía que era él—. Yandrak.
Christiancontestó él, aún sin intender de qué iba aquel juego de nombres. Kirtash.
El joven shek relajó sus músculos, aunque no del todo, en cualquier momento Jack podía sacar a Domivat y blandirla contra él. Sus ojos fríos como el mismísimo hielo, como un susurro de la escarcha, como un aliento gélido, como el beso de la muerte, encontraron los de Jack, de un característico color verde esmeralda.
No sabía que estabas aquíse disculpó el rubio, algo azorado, no podía negar que el timbre de voz de Christian despertaba en él un instinto mayor que su consciencia. Pero no, no iba a dejarse llevar por él. Sheziss le había ayudado a ello, no volvería a tropezar con la misma piedra, no otra vez.
Intentaré ser más llamativo la próxima vezcomentó Christian, aún sin encontrarle demasiada lógica a aquellas palabras.
Suspiró, siempre le pasaba, siempre que estaba en presencia de aquel... híbrido. No encontraba las palabras correctas, y eso era algo muy poco común en él.
Pues avísame cuando hayas acabado, o si no...pensó un poco sus palabras, todo lo que podía decir estaba fuera de lugar—. Bueno, ya me bañaré mañana.
Prefiero que te bañes ahora: apuestas a dragón-no era un insulto, sólo una realidad que comentar.
Jack forzó los músculos de su mandíbula, en tensión. Apretó los puños, llegándose a clavar las uñas en la palma de la mano.
¡¿Y qué te crees?! ¡¿Qué tú hueles a rosas?!explotó, era increíble como Christian lograba hacerle estallar tan rápidamente¡Atufas a shek, por los dioses!
El moreno joven inclinó la cabeza hacia un lado, observando a Jack con detenimiento, de arriba a abajo. El dragón se quedó parado, sin saber qué hacer ¿se debería dejar observar? Probablemente no, pero no podía negar que aquella mirada tenía un magnetismo hipnótico.
¿Y eso despierta ti instinto?preguntó, con un tono de voz tan frío como quien recita un teorema.
Jack no supo descifrar la intención de aquella pregunta.
Sí...respondió, azorado ¿a dónde quería llegar con aquello?
El shek redujo un paso la distancia que los separaba un paso, adelantándose, con sigilo. A Jack le sorprendió ver cómo sus pasos no sonaban, apenas hacían vibrar el agua de los charcos bajo sus pies, como si levitase. Increíble.
¡Qué clase de instinto despierto en ti, Jack?
El muchacho frunció el ceño, entre sorprendido y a la defensiva. ¿A qué se refería? La respuesta era obvia: Cada vez que le veía sentía todos los años de guerras entre sus pueblos, de odio, generación tras generación. Un instinto que les empujaba a lanzarse el uno contra otro y a matarse allí mismo, sin piedad.
Pues...pensaba responderle eso mismo, pero Christian captó sus pensamientos antes de que las palabras empezaran a tomar forma en su garganta.
A parte de ese.
¿Cómo que “a parte de ese”?
Vale, ahora sí extrañó a Domivat. Estaba en el cuarto donde dormía, apoyada contra la puerta, de tal forma que no hacía falta agacharse a por ella en caso de necesidad. Pero, inconscientemente, se echó la mano al cinto, el lugar donde (normalmente) pendía la vaina que custodiaba a Domivat, aguantando con nobleza su fuego.
No es necesario que cojas a Domivatexplicó Christian, quien volvió a acercarse otro paso más a él. Pero Jack no retrocedió.
Tú llevas a Haiassobservó, puntuosamente.
Pero no me hace falta.
Ahora sí que se había perdido completamente, no entendía nada. ¿Iban a pelearse o no?
¿Qué quieres?-no se anduvo con rodeos: directo como una flecha. Una actitud bastante común en los caballeros de Nurgon.
Christian esbozó su media sonrisa, tan típica de él, tan cautivadora como la canción de sus ojos. Jack, confundido, no se movió del sitio, pero el fuego del dragón estaba empezando a latir en él. Pero Christian no le dejó tiempo para enfurecerse, porque sus labios volvieron a formular otras palabras, aún más confusas:
Como te he dicho, Jack, quiero que me digas qué clase de instintos despierto en tiJack se percató de que había dicho “quiero que me digas”, y no “quiero saber”. Porque, obviamente lo sabía, lo sabía mucho más y antes que Jack.
Como ya te he dichorepitió la misma fórmula, despiertas en mí un instinto asesino.
El shek meneó la cabeza, dejando que todos sus cabellos se revolviesen, dándole un aspecto mucho más juvenil y fiero. Bajo los claros mechones que cubrían su frente y tapaban, como una cortina, sus ojos; una llama azul brilló, divertida.
No, Jackmusitó, como el suave ronronear de un felino. Despierto otro, lo sabes tan bien como yo.
Yandrak, el último dragón, frunció el ceño, extrañado.
No sé de que estás hablandoobjetó, como un ladrido.
Sabes de lo que estoy habland-según iba pronunciando aquellas palabras, avanzaba en la semi oscuridad, en la suave penumbra. Sus pasos era ágiles, y, pese a la mortal herida que cubría su vientre, no había perdido aquel paso maestro y grácil. Los andares de un asesino. Sabes, perfectamente, que en tu interior, algo de mí te atrae.
El pulso de Jack se aceleró, con furia, pero, a la vez, con vergüenza.
¿¡ATRAERME?! ¿¡TÚ ESTÁS LO...no pudo continuar, Christian le colocó el dedo índice sus labios, y acompañó esa acción con un suave susurro, como quien intenta calmar a un niño pequeño.
Jack, ¿de verdad eres tan estúpido como para intentar engañar a un shek?
El joven rubio iba a responderle una réplica, cortante y cruel, pero no pudo. Todos sus sentidos, pensamientos, palabras e ideas se bloquearon cuando la rodilla de Christian se introdujo con suavidad entre sus piernas, presionando su entrepierna.
¿De verdad que no sientes ningún tipo de atracción hacia mí?sonrió de nuevo, al ver que de Jack gemía, excitado¿Estás totalmente seguro?
La respiración de Jack se hizo más costosa y agitada, tanto que se le empezó a nublar la vista. De donde no pudo, juntó fuerzas suficientes como para empujar a Christian, apartarle de su lado y... pero no puso, más bien no quiso. Oh, sí, no podía negarlo: le encantaba. El contacto del shek era totalmente electrizante y delicioso.
¿Algunas palabras antes de perder la cordura?musitó Christian, divirtiéndose y disfrutando a partes iguales, mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja derecha.
pudo decir Jack, entre gemidos, aunque Christian lo había sentido cuando sólo era un pensamiento. Que te den por culo, Christianexclamó, con una mirada algo cortante. Y tras aquello, sus ojos se entornaron con picardía y sus labios tornaron una traviesa sonrisa más típica del shek que de él. Pero que te dé yo.
Dicho esto, Jack tiró de Christian hacia el suelo, quien se dejó arrastrar. Los dos acabaron envueltos el uno por el otro, unidos, enredados como la red telepática de los sheks, y tan calientes como la temperatura corporal habitual en los dragones.
¿Podía existir una combinación más perfecta? Era algo que, en aquel momento, ninguno quiso preguntarse.
Con cuidado y suavemente, Jack deslizaba sus dedos por el vientre curtido de Christian, mientras su lengua recorría cada centímetro de su sensual cuello. Por su parte, Christian procuraba no soltar ni el más leve gemido, esa, era una acción muy humana. Su fresco dedo corazón recorría la curva de la espalda de Jack debajo de la camisa, y esbozó una media sonrisa de triunfo cuando notó al dragón estremecerse bajo su tacto. Con calculadora presión, Christian llegó a la boca del rubio antes de que éste último pudiese reaccionar a tiempo. Sorprendido y encantado, Jack cerró los ojos disfrutando con toda sus fuerzas de aquel beso.
Enigmático, fascinante, magnánimo, electrizante… único. Hecho para él.
Desacostumbrado a estar acorralado de aquella manera, contra la fría piedra del suelo, Christian giró las tornas. Con un movimiento inesperado y envidiablemente veloz, Jack fue golpeado contra el suelo, y dejó que un quejido saliese por su boca. Se regañó a si mismo, por eso. Al shek le divirtió ver aquella extraña “discusión” mental que traía el dragón. Decidió atormentarle un poco más, buscando al compás de su propio ritmo, los cálidos labios del muchacho. Mientras, por el otro lado de la partitura, el dragón discutía con aquel yo asesino mata serpientes que se indignaba por aquella situación.
Tenía ganas de desgarrar, romper, reventar cuellos de ofidio. En lugar de eso, tuvo una idea mejor. Colocó sus manos en la fría espalda del shek, que ligeramente sorprendido, no pudo hacer otra cosa que estremecerse y apretar los puños cuando las uñas de Jack se clavaron en su piel, como las garras de Yandrak en su piel escamosa de shek, de Kirtash. Le recordó al juego de nombres que anteriormente había jugado con Jack. Sin apartar sus labios, como si estuviesen pegados por el hielo, y notando los arañazos en su espalda, abrió con violencia y decisión la boca de Jack llegando hasta su lengua. Notó bajo él que Jack no esperaba aquello, pero tampoco lo alejó. Realmente, porque no podía. ¿O porque no quería?
Un hilillo de saliva salió de la comisura del labio de Jack, demostrando como sus lengua se rozaban una con la otra. La caricia de Christian que resbaló por el costado de Jack hizo que arquease la espalda, y un gutural y sensual gemido saliese de la garganta del dragón. Christian se separó bruscamente, dejando a Jack con ganas de más, quien se abalanzó en busca de más. Pero chocó con el dedo de Christian que se posó con crueldad en los labios del dragón, quien temblaba en busca de caricias.
Ahora… susurró el shek en su oído ¿Despierto en ti algún instinto… Jack?
Su helado aliento al lado de la oreja, hizo que Jack fuese incapaz de controlarse. Aunque Christian oyó su respuesta, le apetecía divertirse. Quería saber, hasta que punto, podía llegar. Hasta que punto, podía corromper a tan inocente dragón.
Aún sigo pensando que te odiomurmuró el dragón, contra el dedo que Christian que presionaba su boca.
Pero...le hizo continuar el shek, con siniestro placer.
¿Nunca has oído el dicho de que una imagen vale más que mil palabras?y, por un instante, el shek pareció desconcertado ante la pregunta del rubio. Pero sólo fue un instante, como el titubear de una vela bajo un leve soplo otoñal. Pronto comprendió a dónde quería llegar a parar—. Comprobemos si es cierto.
Jack consiguió apartarse a Christian de encima, quien, sorprendentemente, no opuso ninguna resistencia. Porque sabía que el resultado de aquello sería satisfactoriamente delicioso. Al rubio le temblaron las piernas nada más ponerse de piel, aquel híbrido absorbía toda su energía. Pero su dignidad aún seguía intacta. Más o menos...
Así que empezó a andar hacia el agua de las termas. Mientras avanzaba, empezó a desabotonar su camisa, con torpeza, con ansías, con desesperación ¿Por qué le costaba tanto separar el botón del ojal? ¡No era tan difícil! ¡Un niño de cuatro años sabía hacerlo!... Pero un niño de cuatro años no estaba tan caliente como Jack lo estaba ahora.
Pese a que no le gustaba bañarse con agua caliente, se adentró en el agua de las termas, la cual se calentó aún más según entraba. Antes de que le diera tiempo si quiera a cerrar los ojos y relajarse, aunque sólo fuera por un insignificante instante (no pensaba gastar más tiempo en ello, ahora tenía otros asuntos más interesantes que atender), el agua volvió a templarse.
Y aquello sólo podía significar una cosa.
Se dio la vuelta, deprisa, para distinguir la esbelta y curtida silueta del shek meterse en las aguas.
Ya se había quitado la ropa y, esta, descansaba en una esquina, colocada de mala manera. Al igual que Haiass. A Jack le sorprendió no haber escuchado el sonido del acero helado al caer sobre las losas de piedra. Pero, ahora, tenía otras cosas entre manos.
Christian se acercó a él. Y no se anduvo con rodeos: sabía perfectamente lo que ambos querían. Y ni si quiera les separaba ninguna clase de tela que les impidiese un contacto total. Se abalanzó (casi literalmente) contra Jack, el cual no tuvo fuerzas y cayó al agua, arrastrando a Christian consigo.
El estruendo del chapuzón fue estrepitoso. El agua se desbordó levemente de la terma. Y ambos, sintieron un escalofrío, deseando que Victoria no les hubiese escuchado. Pero era imposible, ella dormía varias plantas más arriba, totalmente absorta, visitando el reino de Morfeo. Lo máximo que podía pasar es que algún soldado szish fuera a ver a qué se debía tanto escándalo. Y Jack se estremeció entero al comprender que, si eso pasase, Christian o tendría problema en matar al testigo de aquel acto.
Pero tampoco tuvo mucho tiempo de pensarlo. El shek se colocó encima de él y empezó a jugar. Su lengua recorrió, con placer, todos los pectorales de Jack, disfrutando de aquel contacto. Los gemidos de Jack no pudieron contenerse en su garganta por más tiempo, sobretodo cuando Christian no se contentó con eso y empezó a mordisquear su piel, haciendo que su excitación se elevase... y no era lo único “elevado”
El shek podía notar perfectamente la erección de Jack sobre su propio cuerpo, al igual que el dragón también estaba notando su endurecido miembro entrar en contacto con su piel.
Christian sonrió maliciosamente. Siguió recorriendo con su lengua el cuerpo de Jack. Cuello, pectorales, esternón, abdominales, ombligo, bajo vientre... Jack se estremeció cuando el shek llegó a su destino. Pero no quiso apartarlo. No, le gustaba.
Y, se sintió, verdaderamente, débil. Como nunca se había sentido.
Jack notó como los primeros golpes del orgasmo sacudía su cuerpo, estremeciéndole, retorciéndole en un libidinoso éxtasis lleno de placer. El shek sonrió: su objetivo estaba cumplido. Pero no sólo Jack tenía necesidades. Así que, rápidamente, volteó a Jack, quien aún seguía sumido en su propio nirvana, y obtuvo una clara imagen de la entrada que iba a profanar ahí mismo.
Sin miramientos, ni tanteos, ni preliminares. Entró en Jack de una estocada. Rápida, voraz y certera. El cuerpo del dragón volvió a sacudirse entero. Ahora sí: no podía más con su alma... con las dos. Pero no podía dejar que Christian se quedase con las ganas, así que dejó que hiciera su trabajo. El shek empezó a mover sus caderas, con la precisión y la constancia de un metrónomo.
Cuando, por fin, se dio por satisfecho, hundió su cuerpo en el agua. Jack hizo lo mismo, descansando. Todos sus músculos se liberaron de la tensión que habían acumulado. Dejaron que el agua bañara su cuerpo, totalmente caliente (el de uno más que el de otro). Y cuando, Jack, tan agotado como nunca lo había estado, cerró los ojos y se dejó caer en un profundo sueños, unas palabras resonaron en su mente.
<<Y esto, dragón, es el instinto>>

Los personajes no nos pertenecen, son propiedad intelectual de la autora Laura Gallego García.

domingo, 14 de octubre de 2012

Fuego y Realeza


Avisamos de que este relato es PORNOSO y BL.  No nos echéis culpa de pervertiros ¬¬

La temperatura del ambiente subió. Los finos charcos de agua que cubrían la superficie del baño se evaporaron casi al mismo instante. Antes de que se convirtieran totalmente en vapor de agua, una silueta masculina se reflejó en su superficie.
Masculina, sí; pero no humana... al menos no del todo.
Jack caminaba deprisa, con el pulso latiéndole aceleradamente, y la vena que le cruzaba la frente palpitante. Su pecho se agitaba rápidamente, subiendo y bajando, de manera rítmica. Demasiado deprisa, parecía que su corazón se le saldría del pecho en cualquier momento.
Se quitó la ropa con rapidez, sin preocuparse por dónde caía su camisa y sus pantalones. En pocos segundos, el suelo estaba cubierto por diferentes telas, que los humanos terrestres usaban de ropajes.
Jack se metió en la ducha, no sin antes golpearse un par de veces contra la mampara, dado que el enfado que sentía no le permitía aguzar sus sentidos. Ajustó la temperatura, poniendo el agua todo lo fría que los reguladores se lo permitían. En pocos segundos, una lluvia de gotas de agua de un frío sobrenatural le envolvía, enfriando su cuerpo, ya caliente por naturaleza.
Los ojos del Jack buscaron su esponja por todas las baldas. Primero encontró una rosa, la que usaba Victoria para ducharse; Jack no pudo evitar enrojecer al pensar que ese mismo mullido objeto frotaba el desnudo cuerpo de Victoria diariamente... La siguiente, de un color azul oscuro con algunos tonos violetas, pertenecía a Shail, el mago de la Resistencia, el maestro de Victoria. A su derecha había una esponja de color rojo... El joven frunció el ceño.
Era la de Alsan.
Alsan, la persona con la que Jack había discutido hacía unos escasos minutos, la persona que había provocado tal enfado en él. Pero, a la vez, Alsan, su mejor amigo.
Hasta hace unos minutos estaban ambos en el entrenamiento, luchando, preparándose para futuras batallas. Alsan, con sus dotes de alumno ejemplar de Nurgon, venció a Jack; una y otra vez, sin ninguna clase de piedad ni comprensión. El joven rubio no llegaba a entender a qué se debía el extraño comportamiento de su amigo y maestro, nunca ha sido alguien demasiado alegre, pero tampoco ha sido así... Estaba enfadado, sí. Y Jack no sabía por qué estar más molesto, si porque Alsan no le contase el motivo de su estado de humor, o por haberlo pagado con él.
Las manos de Jack se crisparon, como garras, aferrándose a su esponja de color amarillo. Sacudió la cabeza, intentando que sus pensamientos de disipasen, y concentrarse únicamente en desprender de su cuerpo el notable olor a sudor y cansancio.
Toc, toc.
Jack cerró los ojos y frotó su piel con más garbo, pensando que sólo se lo había imaginado.
-Jack, ábreme-la voz de Alsan sonó tras la puerta, algo distorsionada debido al tabique que los separaba a ambos y que los oídos de Jack estaban casi ensordecidos por el murmullo del agua que resbalaba por todo su cuerpo.
-¡Alsan, vete!-gruñó el joven frunciendo el ceño, preguntándose por qué había tenido que venir, tanto a disculparse como a seguir con la discusión, en ese preciso instante; en el único rato que Jack poseía para librarse del estrés que la Resistencia le provocaba.
-Jack, déjame pasar.
-¡No!-ladró, haciendo un esfuerzo para que su voz se oyese por encima del sonido del agua. Los oídos del joven rubio pudieron distinguir algunas palabras malsonantes en idhuniaco tras la puerta.
-Chico, quiero pedirte perdón, vale, sí, me he pasado.
-¡Perdonado! Ahora vete.
La puerta se abrió de golpe, abierta por una fuerza digna de un caballero de Nurgon. A Jack le dio tiempo justo para agarrar una toalla al azar y rodear su cintura con ella.
-¡Alsan!
-Quería hablar contigo... Jack-musitó, cada vez con menos fuerzas en la voz, mientras observaba el cuerpo de Jack.
Jamás habría imaginado un cuerpo así bajo las animadas camisas de colores vivos y fogosos que lucía el chico. No había esperado un torso normal, con excesiva falta de peso; se lo había esperado normal, quizá con una complexión algo más fuerte que lo normal en su edad. Pero no... Así. Con los abdominales marcados y los brazos gruesos, con grandes bíceps.
-Bueno, vale, ahora que has pasado, dime al menos por qué te has enfadado de esa manera.
-Porque es frustrante-murmuró, tan débilmente que Jack tuvo que inclinarse.
-¿El qué?-preguntó, no pensaba dar su brazo a torcer.
-Desear a un pupilo.
Jack abrió los ojos, recapacitando esas palabras y sus posibles significados... aunque sólo encontraba uno medio lógico... ¿Alsan? El príncipe Alsan de Vanissar, hijo del rey Brun, alumno de la escuela de caballería de Nurgon ¿lo deseaba? ¿A él? No le encontraba demasiado sentido.
El joven príncipe extinguió el escaso metro que les separaba a ambos, mientras comía con la mirada ansiosa el cuerpo del chaval.
-Es difícil... mucho-ambos se quedaron en frente, pese a que Jack le llegaba hasta la altura del pecho- Verte crecer, convertirte en un hombre, ser tu maestro. Desearte en cada entrenamiento, ver cómo se tensan tus músculos... demasiado.
Jack fue a hablar, pero los labios de Alsan tomaron posesión de los suyos. Al principio fue un beso suave, tanteando el terreno. Para sorpresa del joven príncipe, fue Jack quien lo volvió más pasional.
-Gracias a dios... pensaba que era el único que sentía algo entre nosotros dos-murmuró el humano terrestre, separándose un par de centímetros de los labios de su maestro.
Por una milésima de segundo, Alsan de Vanissar pareció titubear, fue tan rápido el momento que el joven dragón creyó nunca haberlo visto. ¿La razón…? Alsan se aferró a su cuerpo con necesidad y pasión, tanta que Jack se estremeció. Lo que empezó con un suave abrazo, acabó juntando sus labios y lenguas, saboreando y deleitándose mutuamente.
- A-al… Alsan… - murmuró el chico, mientras bajaba por su cuello.
Pero el príncipe hacía oídos sordos; puede que lo escuchase, puede que lo ignorase… pero estaba centrado en otra cosa. Jack acabó rindiéndose ante los labios de Alsan, y colocó sus brazos alrededor de su cuello.
El maestro notó el movimiento de su alumno, y algo más tarde acabaron tumbados en el frío suelo del aseo. Jack cogió el rostro de Alsan, y el príncipe pudo ver rubor e inseguridad, sin embargo, junto en un apasionado beso sus labios. Una extraña y desconocida sensación les recorrió el cuerpo a ambos, aunque hicieron lo posible por ignorarlo… ambos estaban demasiado ocupados.
Con un impulso del que Jack no supo la procedencia, encontró el pecho de Alsan, y comenzó a lamerlo, bajando con agobiante lentitud. Un gemido salió de la boca del maestro, quien se tapó la boca, sonrojado y ligeramente avergonzado. ¿Era esto una forma de actuar para un caballero de Nurgon? Era… ¿una conducta propia para un futuro rey, para el príncipe heredero?
De pronto, se avergonzó de sí mismo. Con una voluntad casi sobrehumana, se apartó del joven. Jack se quedó de piedra; ¿por qué se había apartado? ¿Había… había echo algo mal?
- Lo lamento, Jack – sorprendió de pronto Alsan, jadeando y sudoroso -. Esto… - no sé dejó acabar, intentó salir de la sala, pero tropezó con la puerta de madera que él mismo había derribado.
Cuando quiso volverse a levantar, su pupilo estaba encima de él, mirándolo con cara amable y soñadora.
- Sé que… esto es raro – dijo el chico – pero, yo… - se mordió el labio inferior, sin saber como continuar.
El joven no supo expresarlo con palabras, pero había otros métodos para decirlo. Apoyó la mano en el pecho del maestro y le empujó para abajo, uniendo sus bocas por el camino. Aquel deseo de tener a Jack para él incrementó, y con pasión, Alsan abrió la boca del chico, rozando su lengua con la suya. Un sonido gutural salió de la garganta de Jack, quien tuvo que sujetarse al duro cuerpo de Alsan para no caer.
Antes de que se diese cuenta, la toalla que cubría a Jack se había esfumado, y Alsan no tardó en deshacerse de lo suyos: su pupilo se los quitó, prácticamente se los arrancó con los dientes, hasta que solo quedaron dos cuerpos desnudos, uno en frente el otro.
-Estás sudoroso-comentó Jack, contemplando el esculpido cuerpo de Alsan, tras horas y horas de duros entrenamientos-. Creo que ambos necesitamos una ducha.
Alsan sonrió maliciosamente. Nunca había visto a su alumno tan pícaro y deseoso... Pero le gustaba ese nuevo Jack. Y ese nuevo Jack, no podía negar que le ponía a cien.
El cuerpo de Alsan fue arrastrado hasta la ducha, en ningún momento se separaron sus labios. Las lenguas de ambos jóvenes jugaban en su boca, batallando, como siempre, intentando dominarse entre ellos.
Ambos eran una combinación explosiva. Poder y majestuosidad. Fuego y realeza. Grandeza y nobleza. Se complementaban, se necesitaban, demasiado.
El agua comenzó a resbalar por los cuerpos de los jóvenes, deslizándose por sus músculos, mojando su excitable piel. Pero no pudo apagar el fuego del dragón ni el deseo del príncipe. Sus cuerpos necesitaban más, no les bastaba con los besos y caricias. Necesitaban fusionarse, como un forjador de espadas necesitaba el fuego para el metal de la espada. Y, exactamente, eso era lo que querían ambos.
Meter la espada en el fuego.
Con un rápido movimiento, Alsan colocó a Jack contra la mampara. El joven dragón se sentía incómodo, necesitaba más libertad. Se sentía agobiado en aquella ducha, demasiado pequeña contra Yandrak. Además... su notable erección chocaba contra la pared de la ducha, y rogaba por que alguien le prestase atención.
Alsan notaba la situación en la que su pupilo se encontraba. Así que decidió darle prioridad a sus necesidades, ya se encargaría de satisfacer las suyas después. Deslizó su mano por los abdominales de Jack, recorriendo sus músculos con las yemas de los dedos, en una suave y ardiente caricia. Se quemó literalmente con el fuego del dragón, pero no apartó la mano en ningún momento. Siguió bajando, hasta encontrarse con la entrepierna del muchacho.
-Al... Alsan... por los dioses-gimió Jack al notar las expertas manos de su maestro masajeando su palpitante miembro.
Los gemidos de Jack eran música para los oídos de Alsan. Pasaron unos minutos así, hasta que al muchacho le empezaron a fallar las rodillas. Ahora sí, era el turno de Alsan.
Con una estocada precisa, digna del más impecable caballero de Nurgon, entró en Jack. Metió la espada en el fuego. El joven muchacho sintió una oleada cargada de gozo, dolor y deseo. Su cabeza le daba vueltas, era la primera vez que entregaba su físico en un amor, y sobre todo de esa manera... No obstante, aunque estuviese agotado, no quería que acabase.
Cuando Jack se hubo acostumbrado a aquella sensación de... falta de vacío, Alsan empezó a mover sus caderas, de una manera rítmica y constante. A los pocos minutos, las energías de Jack fallaron del todo y cayó al suelo. El príncipe también estaba agotado, pero no tanto como su pupilo. Entonces, Jack se preguntó si también había sido la primera vez para el príncipe. No podía ser así, se notaba que no le faltaba experiencia... Y, por una vez, Jack sintió unos terribles celos.
Sus miradas se encontraron, y comprendieron muchas cosas, muchísimas. Y, entre ellas, una destacaba: esa, no iba a ser la última vez.

Los personajes no nos pertenecen a nosotros, son propiedad de la autora Laura Gallego García

lunes, 24 de septiembre de 2012

Secretos de Pasión


A ver! A ver! Antes de que empecéis a leer, ainsiosas.... ¡esto es MUY pornoso y muy BL! Es decir, ejem... que es yaoi, vamos xD Aviso, tiene contenido para adultos, por favor, si aún conservais vuestra inocencia infantil, NO sigáis, ok? Que después nos echais las culpas de pervertiros ¬¬ Sí, os conozco, bueno, quí está por fin el relato^^

Se escucharon unos murmullos bajo las sombras que ocultaban la sala. Al instante, las luces se encendieron, de una manera sobrenatural, accionadas por una fuerza invisible que atravesaba el aire y que impregnaba todos los objetos y personas con su indescriptible energía. Bajo la tenue luz de uno de los focos, la silueta de un joven se acercó a la mesa, con un paso firme y seguro, comparable con la decisión de un experto sabio. Sus bellas y tiernas facciones se distinguieron, mostrando dos ojos castaños, comparables con la mística belleza del otoño. Sus cabellos, de color azabache puro, resbalaban a ambos lados de su rostro, enmarcando su blanquecina piel, alumbrada sólo por la luz de una luna, las luces de la noche.
La noche eterna de Limbhad.
El joven se situó frente a la mesa, contemplando todas las posibilidades que ésta le ofrecía. Despegó los labios, mientras se concentraba para hablar con el espíritu poderoso que controlaba toda la sede de la Resistencia, a la que habían regresado hace unos escasos días. Cuando sintió que entre su mar de sentimientos, se abría un camino que conectaba con el corazón de Limbhad, dejó que su lengua formara las palabras que necesitaba para expresarse.
-Alma-esperó unos segundos, hasta que la susodicha pidió que continuara, a través de la mente del mago- ¿Cuántos nos esperan en Idhún?
<<Muchos rebeldes, gente dispuesta a luchar y a morir, personas que confían en vosotros>> Respondió el Alma de Limbhad, en un tono de voz pusilánime, calculador pero cálido al mismo tiempo.
El mago suspiró, ya conocía la respuesta, pero necesitaba oírlo de otros labios que no fuesen los de Alsan, príncipe de Vannisar, y su amigo. Sabía lo que dictó la profecía, lo que los propios dioses dijeron, sus palabras, las conocía, sí... y le aterraban. Tenía demasiados interrogantes sin una respuesta acertada, qué tendrían que hacer, dónde tendrían que ir, con quién lucharían, cuántos había en cada mando, cómo habría cambiado Idhún, en quién podrían confiar, si Kirtash seguiría estando de su parte...
Kirtash...
Notó como sus venas eran adornadas por un leve soplo glacial, como una gota de hielo en mitad de un volcán, que poco a poco conseguía derretirse, enfriando el ambiente con su desmesurado poder. Pudo sentir cómo la temperatura bajaba, pero no pudo oírlo ni verlo… hasta que finalmente se dejó ver.
-Pensabas en mí-afirmó el joven, avanzando hacia el centro de la sala con el sigilo y precisión de un felino. Sus ojos azulados estudiaron al mago, de arriba a abajo, volteando sus pensamientos, dejándolos abiertos, leyéndolos con interés.
-Me preguntaba si nos traicionarías, otra vez-explicó Shail, intentando mantener un tono frío y despectivo, mientras, en su interior, algo deseaba estar más cerca de aquellos ojos azules.
-Confía, mago-contestó Kirtash al comentario malintencionado que el joven acababa de dirigirle. Con unos pasos imperceptibles al oído humano, se acercó lentamente a Shail, sin apartar la vista de él; de su mente, más bien-No tienes por qué ocultarme nada.
-¿A qué te refieres?-preguntó Shail, con un tono de voz bastante borde, aún más teniendo en cuenta su normal alegría.
-A que me deseas-susurró Kirtash, pegándose a la oreja del mago. Shail notó como sus sentidos se nublaban lentamente. Frío, vergüenza, calor, indecencia, ignorancia, deseo, repugnancia. Demasiados sentimientos para una misma persona en tan poco tiempo. Quiso apartarlo de él y negarlo, pero no podía, sabía que el conocía la verdad, además, algo dentro del mago le obligaba a acercarlo aún más a él...
-Como gustes-sonrió el híbrido, con un tono de voz sugerente y sensual. Se acercó al cuello del mago, disfrutó durante unos momentos del rozar de su suave piel, después, comenzó a recorrer con la lengua cada una de las partes del cuello de Shail, provocando que de su garganta salieran jadeos, que, por mucho que lo intentara, no pasaban desapercibidos.
Shail cerró los ojos, ensimismado. No podía pensar, desconocía si era el poder del shek o él mismo al siquiera imaginarse lo que estaba pasando; era el enemigo, o lo había sido… por Vic. ¿Entonces qué estaba pasando? ¿Qué estaba haciendo? Recuperó algo de sentido común, puso una mano en el pecho del chico, tratando de alejarlo… tratando de decirle que se retirara. Para su sorpresa y desgracia, de su garganta solo salió un deseoso y sugerente gemido.
Kirtash lo notó, y mucho antes de que el mago se diese cuenta, estaba en el suelo con el híbrido encima. Sus ojos otoñales chocaron contra los suyos invernales. Por un momento, no pudo evitarse compararse con las estaciones terrestres: lejos… pero a la vez tan cerca…
- K-kirtash – jadeó Shail, mientras sentía la fresca piel del shek contra la suya, mientras su mano acariciaba su torso… - y que… ¿Qué pasa con…?
Lo calló con un beso. Húmedo, intenso, indescriptible, enigmático… frío pero ardiente. Demasiadas sensaciones para una persona tan sencilla como Shail; sus pensamientos amenazaban con volverle loco, su corazón de salirse de su pecho y entregárselo al shek en bandeja de plata.
<<N-no puedo…>> pensó el mago.
<<Lo deseas>> le respondió Kirtash. <<Asúmelo>>
Intentó negarlo, quiso negarlo; pero fue inútil. Algo dentro del joven mago tomó el control, sus manos, su lengua, sus labios… se movían solos. Kirtash lamió suave y sensualmente los labios de Shail, haciéndole estremecer. El mago no se quedó atrás, y con una pasión irrefrenable se colgó del cuello del shek, juntando más sus bocas.
Shail sintió como los sugerentes dedos del híbrido hacían ligeros surcos por su espalda. De su garganta salieron gemidos de placer, incitándolo a artes que el mago se había prohibido llegar… hasta ahora.
Lenta, muy lentamente la camisa del mago fue despegándose de su piel. Las manos del shek eran sugerentes, delicadas y aunque resultase increíble… dulces. Sus labios eran incapaces de separarse, saboreándose, haciendo un sonido húmedo. Kirtash estaba medio echado de espaldas, con Shail encima, cuyo torso estaba al descubierto, y sus manos recorriendo el sinuoso camino de la piel del pecho del híbrido, explorando cautamente. Shail tragó saliva en un momento de breve pausa, pensando que hacía demasiado ruido. Kirtash vio indecisión en sus ojos, y veloz como el viento, volvió a situarse encima del mago. Le comió la boca, le recorrió con la punta de la nariz el tenso cuello, acarició su cuerpo con una de sus manos mientras la otra jugaba con su negro cabello.
- Déjame tenerte – susurró Kirtash a su oído, tan sensual que Shail se estremeció sobre sí mismo.
Tenía miedo, mucho miedo. Pero no de Kirtash… no precisamente. Notó que el shek no se sobrepasaba de lo que estaban haciendo hasta ahora, pero tampoco paraba. Estaba esperando una respuesta, algo que le informase… estaba esperando a Shail.
El mago hizo un recorrido con sus labios en el cuello de Kirtash, dejando marcas rosáceas sobre su pálida piel. Oyó como Kirtash soltaba un gemido, y no pudo evitar sorprenderse… y enorgullecerse de sí mismo. Probó por tomar la iniciativa, y Kirtash se dejó acunar.
La ropa finalmente sobró, y solo una fina prenda les separaba de una completa unión, Kirtash agachó la cabeza, y rozó la parte interior del muslo de Shail con los labios. El mago, excitado, respiraba agitadamente, con la mente nublada por el propio deseo y pasión que se revelaba en esos momentos, en mitad de la noche perpetua, en aquella sala de estructura circular. Sus labios de despegaron, soltando un pequeño grito de placer cuando el shek retiró su ropa interior, dejando su obvia erección al descubierto y empezó a recorrer la lengua por ella. Kirtash esbozó si típica media sonrisa, satisfecho de provocar aquellos preciosos y sugerentes sonidos, que salían de la garganta del mago, difuminándose en el aire, cargado de deseo y pasión.
-Te deseo...-susurró Shail, intentando que su voz se entendiera entre tantos murmullos y jadeos provocados por la lengua del shek.
-¿Qué has dicho?...-preguntó Kirtash con impresionante picardía, sonriendo. Lo había oído, sí, incluso antes de que lo dijera, cuando solo era un débil pensamiento, pero quería jugar....
-Te deseo...-declaró el mago, distorsionando las últimas letras con un pequeño grito de placer.
-Más fuerte-pidió, más bien exigió, Kirtash, disfrutando aún más del dulce sabor de la entrepierna del mago.
-¡Te deseo!-gritó, con infinito placer, a la vez que se reprochaba por su insensatez... cualquiera podía oírle, venir corriendo y verle... verle así, en un acto humillante. Imaginaba el rostro de Vic, sorprendido, triste, enfadado, engañado, pidiendo una explicación.... Pero no podía pensar con claridad. No podía darse cuenta de la insensatez que era, no del todo. En ese momento, sólo existía Kirtash, él, y el inevitable deseo carnal que les atraía a ambos.
El shek no pudo resistirse más, volteó al mago, haciendo que se quedara a horcajadas delante de él, permitiéndole una preciosa vista de la entrada... que no tardaría en profanar. Empezó a recorrer la blanquecina y provocativa espalda del mago con su lengua, disfrutando de su febril sabor, deseoso por más, intentando controlarse, procurando que el calor de su humano interior no sobrepasara el frío del shek. Pero le costaba... no podía negar que el mago rompía con todas sus implacables barreras de autocontrol. Cuando hubo recorrido al completo la espalda de Shail, sonrió, dispuesto a hacer que de la dulce boca del mago salieran palabras cegadas de pasión.
Primero tanteó su entrada con los dedos, primero con uno, después con dos... el mago gritaba de placer, cegado, totalmente, sin ser consciente de sus actos y emociones. Kirtash, cuando ya no podía resistirse entró dentro del mago, de una rápida estocada.
El mago arqueó la espalda, dolorido, pero a la vez deseando que siguiese, era una extraña sensación... También se sentía débil, notaba como sus fuerzas se escapaban, se desprendían por cada centímetro de su piel. Le recordó a cuando practicaba la magia, pero más exagerado. Cuando hacía un hechizo, notaba como, lentamente, las fuerzas lo abandonaban. En cambio... esto era más rápido y agotador, como usar una gran cantidad de magia de golpe, pidiendo una energía sobrehumana.
Kirtash acabó, con una estocada profunda, la última. Shail expiró, dejando que todas sus fuerzas se escaparan, y cayó al suelo. Cuando el shek se dio por satisfecho, se tumbó al lado del mago, con la respiración agitada. Ambos cuerpos estaban sudorosos y agotados, pidiendo aire a grito limpio. Shail, a los minutos, cuando los sentidos le funcionaron mejor, se dio cuenta de lo que habían hecho, abochornado. Se intentó levantar, pero le fallaba todo el cuerpo. Se tumbó de nuevo, avergonzado, sin atreverse a observar al shek, sin tener valor suficiente como para mirarlo a los ojos.
-Kirtash... ¿qué...?
-Será nuestro secreto-sentenció el shek, frío y calculador, como siempre, pero con una chispa de pasión.
Ése es el secreto de Kirtash y Shail, escondido en Limbhad, enterrado entre discusiones, con solo el Alma de testigo, y la luna.... una luna eterna, como su deseo.

Los personajes no nos pertenecen, son propiedad de la autora Laura Gallego García.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La Vela Negra

Capítulo I - El Royal Magíster.


Era una tarde nublosa y apagada, la misma tarde nublosa y apagada que las monótonas tardes de la cuidad de Londres. Solo que en lugar de edificios grises había extensos campos verdes con unas altas montañas en el horizonte. Me gustaba aquella vista, tan distinta a la que acostumbraba a ver… de pronto, comenzó a caer una suave capa de nieve, en la que alargué la mano por el exterior del carruaje para coger uno, me estremecí cuando el frío copo de nieve tocó mi mano. En menos de media hora el paisaje era de un blanco impoluto, solo roto por los escasos árboles de ambos lados del camino. Oí de nuevo el chasquido del látigo del cochero y los corceles de pelaje pardo que tiraban del carruaje de mi familia volvieron a acelerar el paso.


Richard, mi hermano mayor, volvió a soltar una exagerada cantidad de aire con impaciencia, y sin esperar dos segundos más comenzó a hablar de algo con Roger, mi hermano pequeño. Los enormes ojos castaños de mi hermanito brillaron cuando Richard le susurró algo en el oído, pero pronto sus mejillas se tiñeron rojas y le apartó de un empujón. Richard no dejaba de sonreír, y mi madre, doña Louisa les informó que ya quedaba poco, y que no se revolucionaran ahora. Roger volvió a mirarse los pies y balancearlos, que no llegaban al suelo.


Estábamos de viaje por el vigésimo aniversario de mis padres, y un amigo suyo les había invitado a su nuevo hotel, el Royal Magíster. Gerhard Swengestern un hombre de procedencia alemana que había logrado mucho éxito gracias a sus recientes hoteles por todo Centroeuropa. Era un hombre rico, pero no del estamento de mis padres, quienes eran propietarios de una gran cantidad de tierras en Inglaterra. Mi padre, Arthur Oldbridge, era un noble inglés que había ido a Portugal en pos de fortuna, y se había encontrado a mi madre, Louisa Ferreira. Después de que mi abuelo les hubiera dado su bendición antes de morir, se habían vuelto a Londres, dejando al hermano menor de mi madre el territorio en Portugal.


Mi madre era rubia y de tez blanca, con una estructura frágil y con unos grandes ojos oscuros, no demasiados años mayor que Richard, quien tenía diecisiete y ya estaba comprometido; vestía un vestido de numerosos encajes esmeralda. Mi padre, por el contrario, era un hombre fornido, de cabello cano, antes negro como el carbón, de profundo ojos azules, siempre reflexivos. Como era habitual en él, vestía una chaqueta beis larga que le llegaba por las rodillas, con escasos encajes, principalmente en los puños, y una bufanda blanca y ondulada que no llegaba apenas al pecho. Mi hermano Richard era un calco de mi padre, con los ojos oscuros de mi madre, pero la misma mirada reflexiva que mi padre. Roger era moreno, de ojos oscuros y pelo rubio apagado, sus mejillas estaban decoradas con unas alegres pecas.


Por último yo, Crystine Oldbridge, la segunda hija de los Oldbridge, que según me recordaba mi madre, era igual que mi abuelo. Cabello castaño rojizo y manos finas, de cuerpo era igual que mi madre. Lo único que había heredado de mi padre eran los ojos azul claro, algo que no sabía como tomarme.


- Mirad hijos míos - nos llamó nuestro padre -, allá a lo lejos se alza el Royal Magíster.


Desde la distancia a la que estábamos no se distinguía muy bien, pero era un edificio de piedra de altos muros y enorme, que estaba situado al lado de un lago.


- ¿Es el lago Leman, padre? - pregunté.


- En efecto - asintió Arthur Oldbridge -, el mismo.


- ¿Qué tiene de especial? - preguntó con su aguda voz mi hermanito.


Mi madre cogió a Roger y lo colocó en su regazo.


- Es el lago que cruza la cuidad de Ginebra - explicó ella -, un día lo visitaremos.


- ¿De verdad?


- Claro.


Roger sonrió y se acomodó en mi madre. Yo sonreí, y me quedé mirando a través de la ventana, mirando el nevado paisaje de Suiza, mientras el Royal Magíster nos esperaba con las puertas abiertas de par en par.






V






Cuando llegamos al Royal Magíster el director del hotel nos esperaba, junto a algunos sirvientes y el que reconocí como su hijo, Stephan Swengestern. Ambos hombre eran rubios, de facciones duras, pero el padre llevaba una espesa barba y tenía los ojos azules claros, no marrones cómo su hijo.


Mi padre y Gerhard Swengestern se dieron formalmente las manos y comenzaron a hablar animadamente. Acto seguido, mi padre le presentó a Richard quien repitió el proceso, y después llegó el turno de mi madre y mío junto con el pequeño Roger a nuestro lado. Noté como los ojos de Stephan estaban clavados en mí, que por alguna razón no lo encontré de buena fortuna. Ya había estado con él en diversas ocasiones pero, aun ser una persona llena de talentos, era un creído y un mimado desde que nació.


El señor Swengestern vino a saludarme, y yo le ofrecí la mano y doblé mis rodillas, cogiendo un pliegue de mi vestido azul cielo.


- Me alegro mucho de tenerla en nuestro hotel, señorita Oldbridge, espero que tenga una agradable estancia durante estos meses.


Realicé un quejido casi imperceptible. No me gustaba la idea de tener que estar tanto tiempo fuera de casa en un lugar desconocido para mí, peor aun que me lo recordasen. Noté que alguien soltaba una carcajada oculta bajo un carraspeo improvisado. No necesité darme la vuelta para saber que era Richard, quien conocía mi problema.


- Se lo agradezco señor Swengestern, os aseguró que así ocurrirá - contesté con la mayor destreza que pude.


Después de Gerhard, vino su hijo. Tenía sus ojos clavados en mí, aun cuando saludaba a mis familiares. Cuando me llegó mi turno, realicé el mismo proceso que con su padre, pero él, primero me acarició la mano y me la besó con una delicadeza que me sorprendió. En ningún momento dejó que su mirada se desviara de mis ojos, noté cómo mis mejillas se coloraban levemente.


Alguien carraspeó por mi lado derecho, y no era Richard. Lo único que había a ese lado eran criados… entonces me di cuenta que uno de ellos, un muchacho, de mi edad debía de ser, de ojos azules clarísimos, de lacio pelo castaño oscuro que no llegaba a los hombros, recogido hacia atrás, pero con pelos por ambos lados del rostro que no llegaban para que pudieran recogerse, miraba a Stephan con una mueca de burla. Stephan le devolvió la mirada, una peligrosa, y retrocedió hasta quedar detrás de su padre. Yo estaba allí sin comprender, ¿desde cuando un sirviente mira así a su señor?


- Bien, ahora que ya hemos terminado de saludarnos gustosamente mis criados os llevaran a sus respectivas habitaciones - fijó su mirada en el muchacho de antes -. Señor Rider, háganos el favor.


- Como deseé - respondió el joven, después de una pausa. Parecía reacio a obedecer al señor Swengestern.


Mientras el muchacho apellidado Rider nos guiaba, vi dos cosas: que los criados recogían nuestras cosas, y que Stephan miraba al muchacho con una mueca de satisfacción. Sentí repugnancia hacia él, y decidí avivar el paso para alcanzar al señor Rider, quien no parecía dispuesto a cooperar.


- Perdone señor Rider pero, ¿nuestras habitaciones tienen balcón?


Él me miró de reojo, y por un momento me pareció que no iba a contestar.


- Lo siento señorita, pero lo desconozco - en ese momento giró la cabeza y nuestros ojos se encontraron -. Pero si usted lo pide, yo le daré una con balcón.


- Os lo agradezco - sonreí, y busqué otro tema de conversación -. ¿Cuál es su nombre, señor Rider?


- William - me dijo, desconfiado; tardó un pensamiento en continuar hablando -. Perdone la pregunta señorita, ¿a qué se debe vuestra curiosidad?


Yo me encogí de hombros, ya que no tenía respuesta.


- ¿Es inglés, William? - aunque ya lo sabía: se le notaba en el acento al que tan acostumbrada estaba.


- Nací y viví allí mis quince primeros años - afirmó William -. Luego me trajeron aquí.


- Comprendo.


Allí acabó la conversación. El señor Rider nos llevó a nuestras habitaciones, y tal como me prometió, me dio una que tenía un balcón bien grande, tal y como me gustaban. Le di las gracias, y para mi sorpresa me sonrió. Me pareció extraño, ya que no parecía una persona muy acostumbrada a sonreír. Luego se marchó, dejándome sola en mi amplia y decoraba habitación del Royal Magíster.







La Fiesta de Inauguración

Como mi familia fue la primera en llegar, tuvimos que esperar tres jornadas más hasta que todos lo invitados del señor Swengestern llegaran al hotel. Desde mi balcón, vi como hombres gruesos y bajos hasta mujeres empolvadas hasta los cabellos, hacían el mismo ritual que el que hicimos nosotros al llegar. Algunas familias de las que vi ya había tenido trato con ellos con anterioridad, pero la gran mayoría me eran desconocidos. Al que no vi en ningún momento más fue a William Rider, en ninguna otra ocasión le vi ir a dar la bienvenida a los otros invitados del señor Swengestern, algo que le comenté a la mujer que me ayudaba en estos momentos a colocarme el vestido carmesí que me había regalado recientemente Stephan.

- El señor Rider es algo… - dudó la criada - independiente.

- ¿A qué te refieres? - le pregunté entre dientes cuando me apretó el corsé.

- No es un criado normal, como usted ya ha comprobado. Nos sorprendió a todos cuando fue a daros la bienvenida, algo poco habitual si me permite el atrevimiento. Desde entonces sigue en el establo.

- ¿Es mozo de cuadra?

- Es el único que se encarga de cuidar a los caballos del señor Swengestern, hay otro establo para los corceles de lo invitados- la doncella volvió a apretar y solté una débil queja -. Antes también estaba el señor Green, pero hasta dentro de unas semanas no vuelve por un permiso que le dio el señor director. El señor nos ha dicho que pueden cogerlos siempre que lo deseen.

- Oh… muy bien.

Ya que no tenía otra cosa que hacer, fui a ver a mi hermano Richard para ver si quería jugar a una partida de ajedrez, pero cuando vi a mi madre entrar en sus aposentos con prisa, supe que algo no iba bien. Apreté el paso y alcancé a mi padre cuando iba a entrar, le lancé una mirada interrogante pero él me negó con la cabeza, y ambos pasamos a la habitación de mi hermano.

Él y mi madre estaban sentados en su cama, mi hermano llevaba entre las manos una carta de finas letras y lágrimas en el papel. Con cuidado y delicadeza, cogí la carta y la leí:




Estimado señor Oldbridge:

Lamento ser yo quien le comunique eta desgarradora noticia de última hora, pero debe saber que la familia Rouge ha sido presa de los piratas del Mediterráneo. Los condes Rouge fueron soltados de inmediato en las costas del sur de Francia, pero su hija Fiona Rouge, vuestra prometida, falleció en el accidente. Mis más humildes condolencias y mi más profundo pésame, pero dadas las circunstancias, ninguno de los señores Rouge ha podido comunicárselo con anterioridad.

Que su alma siga con Dios Todopoderoso, Obispo Louis D’alibour




No dudé en lanzarme a sus brazos e intentar reconfortarle como pude. Richard soltó a mi madre y me abrazó con fuerza, llorando en silencio la muerte de Fiona. No solo era la prometida de mi hermano, sino que había sido una gran amiga mía, antes que sus padres se fueran a Génova para proteger a su hija de un conde de nombre desconocido para mí. Mis padres acabaron por marcharse dejándome sola junto con mi hermano. Me senté donde antes estaba mi madre, y me separé de él. Le cogí las manos y se las acaricié, como hacía siempre para calmarlo desde niños.

Pareció que él se dio cuenta del detalle, porque aun con el rostro en lágrimas me sonrió.

- Gracias, Crystine.

- No importa - le abracé de nuevo, y noté como su llanto cesaba.

- Nunca me dejes…

- ¿Perdón?

Richard me colocó en frente de él, y me cogió suavemente de los hombros.

- Quédate conmigo - me pareció una súplica, y no pude evitar sentir pena por mi hermano -, nunca te alejes de mí, por favor, Crystine.

- Nunca te dejaré solo, me tienes y me tendrás siempre a tu lado.

Su rostro se relajó cuando lo hice, y se quitó las lágrimas con la mano. Volvió a abrazarme, y acto después yo salí de la habitación, cuando Richard estaba profundamente dormido.

Eran muchas cosas en las que pensar, tanto como para mí como para Richard, y lo que hacía en estos casos, cuando estaba tan taciturna y tensa, era ir a montar. Y sin dudarlo dos veces fui al establo del señor Swengestern. Se encontraban cerca de la entrada principal a mano izquierda, así que no tenía pérdida. En un principio, no vi a nadie, pero pronto oí un silbido que provenía de dentro de las cuadras. Con cuidado, me acerqué a la puerta de madera.

Había una fila de cuadras a cada lado, y podía haber con facilidad unas siete en cada una. Al final del todo, había una decimoquinta cuadra donde reposaba un semental negro como el azabache, con una marca blanca en el pecho. Me pareció precioso desde el primer momento en el que lo vi, y alargué la mano para acariciarle el morro. El caballo se dejó hacer, y pronto me lamió la mano, y solté una alegre carcajada.

- Parece que le gustáis - me sobresaltó William, desde el otro extremo del establo.

- Es un animal hermoso - le dije -, ¿quién es su propietario? ¿El señor Swengestern?

William asintió gestualmente, y puso una cara de tristeza.

- Apenas lo saca de aquí - dejó la silla en un potro que tenía cerca, y cogió las bridas para coger al animal -, así que una vez al día doy grandes paseos con él - abrió la puerta de la cuadra, y para mi sorpresa, el caballo no se movió, y se dejó hacer -. Eso es… muy bien.

- ¿Cuál es su nombre? - pregunté observándolos.

Para mi sorpresa, William soltó una suave risa que me confundió.

- Magíster - me contestó.

En un momento pensé que me estaba tomando el pelo, pero al levantar la mirada y ver el letrero para identificar el animal me di cuenta que lo decía en serio, y uní mi risa con la suya.

- ¿Me está diciendo que el hotel se llama así por su caballo?

- Es una historia algo extraña y larga - William ya había terminado de equiparlo, y me miró cuando dijo -, se la puedo contar mientras damos un paseo por el campo nevado, ¿le parece, señorita Oldbridge?

- Por favor - asentí, y luego sonreí -. Pero llámame Crystine.

Él asintió gestualmente.

- Faltaría más… Crystine.

V




En la fiesta de inauguración todo el mundo había decidido llevar máscaras. A Gerhard Swengestern le había parecido una idea brillante, y ahora en la fiesta llevábamos todos máscaras y antifaces. Era un gran salón iluminado por inmensos candelabros colgantes, de numerosas alfombras de varios metros de largo, con paredes repletas de cuadros de grandes artistas. En el fondo, unos músicos tocaban una música suave y bella para mis oídos.

En esos momentos yo estaba con mi hermano Roger, colocándole el antifaz porque no se le sujetaba como debería. Mis padres habían decidido ir a bailar, y Richard no había bajado, ya que aun no se había recuperado del todo. Después de que Roger estuviese decente, corrió por el salón con el hijo de los Giudicci, dejándome sola y al borde del pánico. Temía encontrarme con Stephan, era lo último que me apetecía en esos momentos. Estaba segura que después de un baile me pediría compromiso, y si no quería hacer enfadar a mis padres y al suyo tendría que aceptar.

Por un milagro, no apareció en ningún momento antes de que llegase su padre, para mencionar unas palabras de cortesía. No hice ni caso a lo que dijo, pero si vi que cerca suya se encontraba Stephan, y que al igual que yo le había visto a él, él me había visto a mí. Al acabar el discurso, los invitados del Royal Magíster rompieron en aplausos, incluida yo. Cuando quise darme la vuelta para salir de allí, tenía a Stephan delante de mí.

- Buenas noches, señorita Oldbridge.

Haciendo callar a mi instinto y a mi nariz, le saludé formalmente.

- No nos hemos visto desde su bienvenida, lo siento.

- No lo sienta - lo dije muy convencida, mientras andábamos por la sala.

- La verdad es que estado muy ocupado saludando a todas estas personas, la mayoría las conocí desde infante, al igual que a ti, Crystine. ¿Me permite llamarla así? - no me di tiempo a responder, porque siguió hablando - Es una agradable noche, con una bella música, ¿no cree? Perfecta para un baile - me miró a través de su antifaz azul oscuro - ¿Bailaría conmigo, Crystine?

Yo me quedé en el sitio, sin atreverme decir no. De lo tensa que estaba en ese momento, me empezaron a sudar las manos.

- Yo… bueno, verá…

- Me ha prometido un baile, señor Swengestern, y no está bien hacer que una mujer rompa sus promesas - dijo una voz desde mis espaldas.

Me di bruscamente la vuelta, para ver a mi salvador. En esos momentos no diferencié muy bien quien era, solo que llevaba un vestuario de color oscuro, negro y blanco, que para ser sincera no estaba nada mal. Como todas las personas, llevaba una máscara, sencilla y negra, que no delataba su rostro. Se acercó a mí, me cogió la mano derecha y me la besó, pero al terminar esto no me la soltó.

- Si me permite - le dijo a Stephan, y me sacó de allí para ir directamente a bailar en el centro de la sala.

Me sorprendió, no sé el porqué, pero aquel hombre bailaba exquisitamente bien, y no estaba pegado a mí como ocurría con Stephan o mi propio hermano. La verdad, el baile se me hizo corto, así que le pedí otro más. Pareció divertido con la idea.

- ¿Ocurre algo? - le pregunté.

- Nada importante - y la música volvió a sonar, y él volvió a moverse al compás -, solo me alegra servirle de ayuda.

- No lo sabe usted bien - el confesé -, me ha salvado la noche.

- Me alegro - sonrió.

En ese momento me acordé que estaba bailando con un desconocido, así que me animé a seguir hablando.

- ¿De qué familia es?

Pareció molesto con la pregunta, y me preocupe de haberlo estropeado todo. Pero simplemente no contestó y siguió bailando conmigo al lado.

- Perdone, no pretendía ofenderle - me disculpé, después de una pausa.

- No importa, es normal su curiosidad - me tranquilizó -. Baila muy bien, Crystine.

- Gracias - dije, extrañada; me sonaba mucho aquella voz diciendo mi nombre -. ¿Señor?

- ¿Si?

Alzó la mirada, y entonces vi unos claros ojos azules, los mismos que había estado viendo toda la tarde.

- William… - susurré, completamente paralizada; mis pies habían dejado de moverse, y me quedé mirándole a los ojos - ¿qué hace aquí?

Me miró, entre divertido y preocupado.

- Salgamos fuera a tomar un poco el aire, ¿le parece?

No esperó a mi respuesta y me sacó del salón, cogiéndome de la mano. No se porque pero me hizo sonrojar haciendo aquello, y llegamos a un tramo de escaleras que comunicaba con un hermoso jardín. Por alguna razón, no nos quedamos allí y seguimos andando, hasta que, al otro lado de un rosal de rosas rojas, se extendía un lago enorme y congelado rodeado de árboles cubiertos de nieve. Al otro lado, había una cuidad. El lago Leman. Era una vista muy bonita y especial, aunque lo estropeaba en frío que tenía en los brazos, que a William no se le pasó por alto, y me ofreció el chaquetón negro, que me colocó por los hombros.

- Gracias - le dije, él se encogió de hombros y se sentó en la blanca nieve, y no dudé de sentarme a su lado. Pasó un rato antes de volver a dirigirle la palabra -. ¿Por qué está aquí, William?

- ¿Necesitaba ayuda, no? - me dijo, estaba claramente divertido con la idea, pero sus ojos se ensombrecieron un poco - ¿Me va a delatar? - me preguntó en un susurro.

Yo negué con la cabeza, sonriente y alegre.

- No, pero… quiero que sepa que solo por lo impresionada que estoy por sus pasos de baile.

Y ambos comenzamos a reír.

- Gracias - me agradeció, y luego volvió a mirarme -, ¿no me vas a preguntar nada?

- No sé - le confesé -, ¿me va a contestar?

Un destello cruzó los ojos de William.

- Puede que sí, puede que no - volvió a encogerse de hombros -. Depende mucho de la pregunta que me haga, Crystine.

- ¿Por qué me tratas con tanta familiaridad?

No contestó de inmediato.

- ¿Por qué no me tratas como un criado más? - contratacó él, sin contestar a mi pregunta.

- Porque no pareces un criado más. Vas a tu aire, y sigues sin contestar a mi pregunta - gruñí.

- Pues porque voy a mi aire - me guiñó un ojo, noté como mis mejillas se teñían de rojo, más aun de lo que estaban. Supliqué a todos los Santos que conocía que solo creyera que era del frío.

Suspiré, pero en el fondo, sabía que había dado un rodeo para contestarme. William tenía algo, no sé el qué, que me sonaba haber visto antes. Su forma de hablar, de caminar… yo lo había visto antes, en otra persona. Me dio rabia no recordarlo en ese momento, y giré la cabeza hacia un lado, donde vi un cuerpo tirado en el suelo. Tiré de la camisa se William para que se percatase, y frunciendo el ceño, me ayudó a levantarme y nos dirigimos para allá.

Era una mujer, con el pecho cubierto de sangre y un cuchillo clavado en el corazón. Oculté la cara en el pecho de William, para no tener que ver aquello.




Asesino

Todo apuntaba a que el cuerpo era el de Angelina Giudicci, la madre del amigo de Roger. Mi pobre hermanito estaba pendiente de su amigo desde entonces, cuando William y yo descubrimos el cuerpo. Me había mandado a buscar a alguien, mientras él se iba ponerse el traje de criado. Dos días después el ajetreo no había terminado, y algunas familias se habían marchado del Royal Magíster, para ir al funeral de la señora Giudicci. Últimamente no pasaban otra cosa que desgracias, me dije en un pensamiento pesimista. Lo único bueno fue que Stephan estaba muy ocupado registrando la zona como para prestarme atención, cosa que agradecí a Dios.

Todos los días después del almuerzo iba a visitar a Richard, quien se negaba a salir de su habitación para nada. Y todas las tardes salía a cabalgar con William, con quien pronto llegué a tener confianza, y estaba claro que el sentimiento era mutuo. Mis padres parecían tranquilos aun con el asesinato de la señora Giudicci, decían que confiaban en Gerhard para solucionar el asunto. Yo seguía sin estar tan segura.

Una semana después la paz pareció recuperarse, pero yo seguía intranquila y casi a punto de romper a llorar de la angustia, Aun estaba impactada por haber visto el cadáver de la señora Giudicci, y frecuente más los establos, con o sin William, para dejar de pensar. Y él se dio cuenta. Una vez, que acababa de llegar de cabalgar, me dejó el caballo en su cuadra y se sentó en un banco de madera que había fuera. Cuando me disponía a irme, me pidió que me sentara. Yo, sin pensarlo, me senté a su lado.

- ¿Sigues asustada? - me preguntó, había un timbre de preocupación en su voz.

- Solo intranquila - le aseguré, pero no pareció muy convencido, posiblemente por mi tono de voz en ese momento -. Es que, yo, nunca había… - me sentí incapaz de continuar, con el llanto a punto de salir.

William, dudó un instante, pero acabó rodeándome con sus brazos. Me sorprendí a mi misma cuando mis brazos acabaron por abrazarlo, y al final, acabé descargando toda la tensión que tenía acumulado desde aquel día, en lágrimas sobre su pecho. A William no pareció molestarle, porque me abrazó con más fuerza y dejó que acabase. Cuando mi llanto acabó un sollozo, recuperé la voz.

- Lo siento - murmuré, aun apretada contra él.

- No lo hagas - negó, en el mismo todo de voz que el mío -, han sido muchas cosas en poco tiempo.

- Me avergüenzo de esto - le confesé.

- Tranquila, solo estoy yo.

Me hizo gracia el comentario, y solté una carcajada.

- ¿Habías visto antes un cadáver?

Noté como se tensaba, y respiraba profundamente. Tardó un poco en contestar.

- El de mi madre - confirmó William -, cuando aun era un niño.

Me alarmé. Aquello era muchísimo peor de lo que imaginaba, y me separé de él. Tenía los ojos ligeramente húmedos. Tal como hacía con Richard, le cogí la mano y comencé a acariciársela. Funcionó. Sus músculos se destensaron y su respiración acabó volviendo a la normalidad, pero una lágrima cayó por su mejilla, la cual yo recogí con la punta de un dedo. William me cogió esa mano, y fijó su mirada en la mía. Mi instinto se apoderó de mí, y rápidamente salí de allí a paso ligero, sentí como William tenía clavada su mirada en mi nuca. Mi mente solo me preguntaba una cosa: ¿Qué estás haciendo?







Casi corriendo, atravesé los pasillos hacia mis aposentos. Por desgracia estaban en la planta alta, y tuve que subir un buen tramo de escaleras. En cuanto llegué, cerré de un portazo la puerta y me quedé apoyada en la valla del balcón. Allí, con la cara entre mis manos, rompí a llorar de nuevo, pero por un motivo bien distinto. Tantas veces mi padre me había advertido que no me confiara demasiado en los criados, que no somos como ellos, somos de una clase distinta a la suya. Ahora todas aquellas conversaciones no habían servido de nada, había cogido demasiado cariño a William, como si fuera mi hermano. El pecho me dolía de forma alarmante, y mi cabeza no dejaba de quejarse. Esto no puede estar pasando, me dije. De mis hermanos yo he sido siempre la que he mantenido mejor las distancias, y ahora soy yo la que no he sabido controlarlas, y me toca pagar lo que he infringido.

- ¡Crystine!

Me giré en redondo, y en la puerta de mi habitación, se encontraba Stephan. Por una milésima de segundo, deseé que fuera William. Pero no iba a venir a buscarme, William no era así.

- ¿Qué le ocurre? - preguntó, preocupado.

Me sequé las lágrimas velozmente.

- Nada importante - frunció el ceño -. ¡De verdad!

- La he oído desde el pasillo, Crystine, no me engañe -llegó a mi lado, y se apoyó en la valla junto a mí, que no pude evitar sentir un poco de rechazo -. Es por su amiga Fiona Rouge, ¿no?

- La echaré de menos - no era una mentira, no del todo.

- Siempre se echa de menos a los amigos - hizo una pausa, y me miró de reojo -. Hoy hay una celebración en Ginebra, ¿querría venir conmigo?

- Lo lamento, Stephan, pero estoy muy cansada y pretendía dormir.

- Oh… - en ese momento supe que no me había oído por los pasillos, y que solo había venido por eso; sentí un profundo rencor - pues que lástima.

- Si…

- Pues entonces… felices sueños, Crystine.

- Igualmente.




V




Tal y como le dije a Stephan Swengestern, después de una cena ligera me dirigí directamente a dormir. Sentí como mi hermano Richard me miraba, y que estaba preocupado, pero por fortuna no dijo nada y se limitó a dejarme marchar. Mientras caminaba por uno de lo innumerables pasillos del Royal Magíster, vi por una de las ventanas que se avecinaba una tormenta. El cielo estaba gris, y la nieve volaba por el aire; además, también creo que estaba lloviendo. Mal presagio, pensé.

Ya en mis aposentos, una criada vino a ayudarme a quitarme el vestido, y no pude evitar pensar en William, si estaría bien. Me regañe a mi misma por pensar aquello, ¿qué me importaba? Cuando ya solo me quede en un camisón de seda blanco, me tumbé en la cama, a esperar a que me llegase el sueño. Pero no llegó, y los rayos y los truenos del exterior no ayudaban. Volví a sentirme intranquila y nerviosa, y movida por una presentimiento, me di la vuelta. En la ventana del balcón, había una figura irreconocible por la oscuridad de la noche. Mi corazón dejó de latir en esos segundos, comencé a jadear. El asesino, allí en mi ventana.

No podía gritar, no podía moverme… pero en cuanto alargó la mano para girar el picaporte de la ventana, el miedo se apoderó de mí… y chillé.




El Nuevo Director

Mi madre volvió a abrazarme, y una sirvienta me trajo una bebida caliente. En el despacho del señor Gerhard estábamos reunidos mi familia, excepto Roger, quien seguía durmiendo, los dos Swengestern, un noble que me habían presentado antes como León López, hombre castellano, el alcalde de Ginebra y para mi desgracia y sorpresa, William Rider.

Todos discutían sobre lo que me había ocurrido, ninguno dudaba de mi palabra que aquel era el asesino, que seguía suelto y estaba por los alrededores del Royal Magíster. A mi lado, sentado, estaba Richard, que aun con el dolor de cabeza que portaba, no se había movido de mi lado, detalle que le agradecí de corazón. Temblaba de miedo y nervios, solo de pensar que había un asesino por la zona y que yo estaba entre sus planes. Mis padres y León López exigían mayores medidas de seguridad, algo que el alcalde y Gerhard Swengestern dudaban en que pudiera cumplirse. Yo no les prestaba atención a ninguno de ellos, solo a William, quien estaba apoyado en la pared con el puño cerrado. Su expresión no decía nada, pero yo sabía que estaba a punto de estallar.

- Hay que hacer algo - dijo mi padre -, volverá a por mi hija.

- Si, de eso no cabe la menor duda - confirmó León -. Si no podemos aumentar las medidas de seguridad, al menos pongamos a la señorita Oldbridge a salvo, hasta que se nos ocurra algo.

- Si pero, ¿dónde? - dijo el alcalde.

- No se va a mover del hotel - gruñó mi hermano Richard, quien me sorprendió y conmovió.

- No… sería una imprudencia - negó mi padre.

- Pero, Arthur… - comenzó a decir el señor López.

- Mi hija no se irá lejos de aquí, me niego - interrumpió mi padre.

El señor Swengestern suspiró, y cayó en su silla, agotado. Yo tenía una solución: volver directamente a Londres, pero no se si el señor Swengestern se lo iba a tomar bien, y por otra razón, que me impidió decirlo.

- Quizá pueda bajar a la planta inferior, donde yo tengo mi habitación al lado - saltó de pronto Stephan -. No hay balcones ni ventanas, solo se puede acceder a través del pasillo, donde si viene alguien, yo me daré cuenta.

Me horrorizaba la idea, pero en términos de mi protección mi padre no atendía a razones. E intuía que no le parecía mala la idea. Mi madre asintió levemente, y León López y el alcalde parecieron conformes. William apretaba la mandíbula, parecía un tigre a punto de saltar al cuello de Stephan.

- ¡No! - exclamó mi hermano - ¡No tiene por qué hacerlo!

- Richard es para proteger a tu hermana, en cuanto el asesino desaparezca volverá a donde antes - dijo mi padre.

- Pero padre, nada indica que vaya a volver a por ella.

- Siempre es mejor prevenir que curar - recitó Gerhard -. No te metas, hijo.

- ¡Es mi hermana! Tengo todo el derecho a meterme.

- ¡Y también es mi invitada! - gritó el director, casi fuera de sí - Voy a protegerla cueste lo que cueste, muchacho. Ahora haz el favor de retirarte.

Richard se quedó de pie un momento, luego con un gruñido salió de la habitación en grandes zancadas. Mi padre suspiró, y volvió a dirigirse a Gerhard Swengestern.

- Me parece bien - ahora su mirada se posó en mí, y con una sonrisa me cogió sus manos entre las suyas -. Todo va a solucionarse.

Yo asentí gestualmente. Todo el mundo se marchó dejándome a solas con el señor Swengestern y William. El hombre se acercó a mí, y sonrió.

- Quédese aquí tanto como lo necesite, señorita Oldbridge.

- Gracias.

Se giró y miró directamente a William, pero no dijo nada. El chico acabó por asentir, y Gerhard salió por la puerta. Suspiré, aquello no podía ir peor. Tomé un sorbo de mi bebida, de nuevo, y mientras miré de reojo a William. Seguía tenso, claramente incómodo. Hasta que no me termine el vaso, y vino hacia mí para cogerlo, no dijo nada. Al cogerlo, cuando yo se lo tendí, lo dejó en el escritorio, y su mirada bajó al suelo. No me atrevía a decir nada, y él tampoco parecía dispuesto, aunque al final fue él, quien abrió primero la boca:

- ¿Cómo estás? - no me pareció que quisiera decir eso, pero cogiendo aire antes le respondí:

- Mejor que antes.

Hubo otra pausa incómoda, en la que ninguno nos movimos. William acabó perdiendo la paciencia.

- ¡Al diablo con todo! - y rápido como el rayo me abrazó. Aquella vocecilla que me gritaba que me contuviese acabó acallada hasta que casi no pude oírla, y llevé mis brazos hacia su cuello para poder agarrarme bien. A veces pensaba aquel hueco estaba echo a mi medida, William volvió a usar la voz - ¿Te hizo algo?

- No llegó a entrar en la habitación - le aseguré.

- Gracias a Dios - me apretó más fuerte, casi ahogándome, pero no me importó.

- Perdona por mi actitud el otro día - dije, después de una pausa -, no debí…

- Hiciste lo que hubiera echo cualquiera, no te castigues por ello - pareció dudar si seguir hablando -. Sé porque lo hiciste, Crystine, te han educado así, pero yo… - se mordió el labio inferior - Una vez te dije que mi madre murió, ¿verdad? - yo asentí con la cabeza - Pero nunca me has preguntado por mi padre.

Me separe de él, removida por dentro por un presentimiento. William se sentó a mi lado en el sofá del despacho del señor Swengestern, y apoyó la cabeza en la pared, cerrando los ojos. Yo no le metí prisa para que continuase hablando, ya que tenía la impresión que le resultaba difícil hablar del tema. Finalmente, comenzó a hablar:

- Mi madre era una sirvienta de una noble señora inglesa, la cual no recuerdo el nombre. Vivía bien, lo justo para vivir y alimentarse, pero todo cambió un día que Gerhard Swengestern, fue a visitar a su señora. Por algún motivo, Gerhard se fijó en mi madre, Marian, y bueno - su mirada se fijó en mí, con sus ojos claros medio tapados por el flequillo castaño -, me tuvieron a mí.

Me quedé paralizada. Ahora lo veía claro, esa aura que le rodeaba que me resultaba familiar. Rememoraba los recuerdos en los que aparecían el señor Swengestern, y otros de él, y apreciaba las diferencias y los rasgos compartidos…

- Pero no te apellidas Swengestern - replicó mi sentido común.

- Porque mi padre se marchó antes de que supiera que tenía un hijo, y adopté el apellido de mi madre - contestó William -. Cuando murió, fui acogido por León López, que causal, y afortunadamente para mí acababa de llegar a Inglaterra. Cuando en un momento dado él y mi padre se encontraron, me reconoció y recogió. Desde entonces vivo con él.

- ¿Y Stephan?

- Stephan… es dos años menor que yo. Pero es hijo de la señora Swengestern, por eso será él quien herede todo esto - dijo mientras hacía círculos con un dedo, refiriéndose al Royal Magíster.

- En otras palabras - dije después de una pausa prolongada -, eres hijo ilegítimo de Gerhard Swengestern.

- Si lo quieres ver así - se encogió de hombros -. No lo veas como algo malo, ha echo por mí más cosas de las que crees.

- ¿Stephan lo sabe?

- Por supuesto, y por eso no me aguanta - me resumió, se le nubló la mirada -, y por eso no quiero que estés cerca de su habitación.

- No puedo hacer nada, Will - le miré, por si hacía algo extraño por cómo le había llamado. No pareció molesto, así que en ese momento decidí llamarlo así -. En términos de mi seguridad, mi padre no me deja opinar. ¿Qué te preocupa?

- Lo mismo que a ti, si estás tan cerca de él, tendrá más oportunidades de pedirte matrimonio.

Me quedé mirándole, entre estupefacta y avergonzada.

- ¿Lo sabes?

Me dirigió una mirada divertida. Nunca supe como tomármela.

- Todo el hotel lo sabe - sonrió -. Y según he oído a tu madre no le importa lo más mínimo, es más, está encantada.

Reprimí un grito. Eso significaba una cosa, más problemas para negarme. Will se percató de mi problema.

- No voy a dejarle - me aseguró, para mi sorpresa -. No voy a dejar que ocurra eso.

- ¿Cómo?

No contestó de inmediato.

- De momento, digamos que estará muy ocupado persiguiendo a el asesino - hizo una nueva pausa -. Al igual que yo.

- ¿Qué?

- Voy a averiguar quien intenta matarte, y a los invitados del Royal Magíster - añadió rápidamente.

- Ojalá pudiese ayudarte en algo - suspiré.

- Claro que puedes - sonrió de nuevo, y de pronto, me acarició la mejilla, haciendo estremecerme - solo no te metas en problemas.

- Es un poco difícil - bromeé -, pero puedo intentarlo.

Y después se ofreció a acompañarme a mi habitación, aunque no estaría mucho tiempo, casi estaba amaneciendo. Al estar todo el hotel en una completa oscuridad, no me supe guiar bien, pero para mi fortuna Will sí. Me cogió de la mano y me llevó por los numerosos pasillos del hotel, cuando llegamos a mi cuarto, me ayudó a recoger mis cosas. Quince minutos después, él y yo nos dirigíamos hacia mi nueva habitación, yo con algo de desgana. Al llegar, vi que era una sala no muy grande de madera, pero no era muy desagradable. Cuando llegó la hora, William se despidió y salió por la puerta.

No pasaron ni dos segundos, cuando oí un grito de socorro. No era de Will.




V




Cuando llegué, ya había personas dirigiéndose hacia allí. En uno de los pasillos, estaba sentado Will en el suelo, con un hombre entre los brazos. Solté un gritillo, era Gerhard Swengestern. Igual que la señora Giudicci, tenía varias apuñaladas en el pecho, sangrantes. Con la ayuda de otro criado, Will levantó a su padre, que con lo ojos húmedos, se lo llevó de aquí. Mis padres no tardaron en aparecer, pero tuve que reunir el valor de explicarle a mi padre lo que había sucedido. Mi padre es un hombre fuerte, pero casi rompió a llorar. Le abracé tan bien como pude, pero no sirvió de nada, estaba profundamente afectado.

Aquella situación se prolongó durante días hasta que el señor Swengestern fue enterrado. Yo jamás recordaba a mi padre en tal mal estado. Incluso sentí lástima por Stephan, quien permaneció impasible durante toda la ceremonia. Cuando terminó, fui a darle mis condolencias, que las aceptó con demasiada buena gana, pienso yo. Luego me pidió que diéramos un paseo por el paisaje nevado de los alrededores del hotel. No pude negarme. Para mi fortuna, Stephan no habló en absoluto, y entonces me di cuenta de lo realmente mal que lo estaba pasando, para que no soltase palabra, algo completamente inusual. Al final, acabamos sentados en las escaleras de la entrada principal del hotel.

- ¿Por qué? - susurraba una y otra vez Stephan - No lo merecía.

- Lo sé - murmuré yo.

- Ese maldito bastardo de asesino me las pagará, lo juro delante suya, Crystine - tal y como lo dijo, prometo que dio hasta miedo estar a su lado -. No descansaré hasta que el filo de mi espada le atraviese el corazón.

- Pero ahora tiene que ocuparse del hotel, Stephan. No solo del asesino.

- Puedo hacer las dos cosas - y clavó sus ojos en los míos -, y seguir protegiéndola. No crea que es motivo para no preocuparme por su seguridad.

- También debe preocuparse por los demás residentes del Royal Magíster, no me parece bien que su preocupación solo sea hacia mí.

- Sois la hija del mejor amigo de mi difunto padre, debo poner más atención en usted.

- Pero… ¿Y mis hermanos? - se me ocurrió de pronto - ¿También a ellos no?

- Faltaría más - dijo entre dientes, estaba claro que no los había contado en absoluto -, contad con ello. Y lo primero que voy a hacer es comenzar a quitar sospechosos.

Hubo un timbre de maldad en su voz, que no me pareció buena señal. Me marché de allí después de intercambiar algunas palabras más con él. Luego, me dirigí a los establos, para cabalgar un rato y dejar de pensar en los asesinatos.




La mañana del día siguiente recibí una noticia alarmante. Me vestí a toda prisa, y salí de mis aposentos prácticamente corriendo. Nadie me había dicho nada, y peor aun Will tampoco, así que, recordando que hacía a estas horas, me dirigí a su habitación, en una zona apartada del hotel. Tenía que atravesar la cocina y el comedor, pero no me importaba en esos momentos, En menos de un suspiro llegué a sus aposentos justo cuando vi que el picaporte se giraba me planté justo delante, para que me viese bien. Al salir, Will no pareció muy sorprendido de mi presencia. Es más, parecía incluso molesto, como si no quisiera encontrarme allí.

- ¿Cómo has podido? - le pregunté, gritando - ¿Por qué no me lo has dicho antes?

- Porque sabía que iba a pasar esto - se apoyó en el marco de puerta, con el pelo aun sin recoger -, además sabes perfectamente que Stephan no me quiere aquí.

- ¡Pero no puede echarte del hotel sin más!

- Es el nuevo director del hotel, claro que puede - frunció el ceño -. Mejor entra, antes que alguien te vea aquí.

No me dio tiempo a quejarme, rápido como un rayo, me cogió del brazo y me metió en su habitación. Era una habitación sencilla, con una sencilla cama y una mesilla con unas velas negras encima. Fruncí el ceño, nunca las había visto en el hotel antes.

- ¿De dónde las has sacado? - pregunté.

William giró la cabeza, y frunció el ceño.

- Era lo que iba ir a decirte ahora, antes de encontrarte plantada delante de mi habitación - se dirigió hacia las velas, y cogió cada una con mucho cuidado. Me enseñó una de las caras de las velas, que eran extrañamente hexagonales, y por un momento me olvidé de respirar. En cada una de ellas, estaban escritas un nombre: Angelina y Gerhard -. Las encontré en sus respectivas habitaciones, pero en ninguna otra.

- ¿Crees que son del asesino? - pregunté, cogiendo la vela donde ponía Angelina.

- No tengo ninguna duda - me respondió -, es más, creo que es lo que usa para indicar su próxima víctima - me miró - ¿Has recibido alguna?

Negué con la cabeza.

- No, ninguna.

Will se destensó bruscamente. Dejé la vela de Angelina encima de la mesilla, y me mordí el labio inferior, pensativa. Había tantas cosas de las que preocuparme; William se marchaba, el asesino seguía por ahí, Stephan era el director del Royal Magíster, y pronto me pediría matrimonio… de pronto se me ocurrió una idea, era descabellada y tenía sus consecuencias, pero quizá podría así convencerle para que dejase a Will en el hotel. Me despedí de William, dejándole con la palabra en la boca, y salí de allí a paso ligero. Llegué al despacho del director del hotel, y allí como supuse estaba Stephan metido en una montaña de papeles. Aun así, los dejó de lado al verme llegar. Le dije que no podía echar a William, y él frunció el ceño.

- ¿Por qué no debería de hacerlo? - me preguntó, dando golpecitos con la pluma en la mesa.

- Por favor Stephan, necesito que se quede, me es de gran ayuda.

Stephan pareció dudar, pero pronto negó de nuevo con la cabeza.

- No, no voy a permitir que ese…

- Stephan, concédeme mi deseo - le interrumpí, y mi corazón paró cuando pronuncié aquellas palabras -. Como regalo de boda.

Stephan acabó asintiendo, después de una larga pausa. Se levantó de la silla, y me cogió de la mano. Dos segundos después sus labios estaban pegados a los míos. No estaba disfrutando con aquel beso, pero lo había por Will.

El cual vi que estaba en la puerta del despacho, en ese momento. Stephan me soltó y vi como lanzaba una mirada de triunfo y llena de maldad a su hermanastro.

- He cambiado de opinión, señor Rider - dijo con una voz ronca -. Prefiero que se quede.

Observé como William clavaba las uñas en el marco de la puerta, y apretaba los dientes con una fuerza que creí que se los iba a romper. No le veía el rostro, orientado hacia el suelo.

- No sabe cuanto se lo agradezco, señor - respondió Will, con una voz rota y apenas audible.

Stephan esbozó una última sonrisa, y vi que un peligroso destello cruzaba sus verdes ojos.

- Es más, quiero que usted vaya preparando los preparativos para mi boda.

Aquello ya era malvado. Estaba haciéndole sufrir a consciencia, y Will no podía negarse. Levantó la mirada, y solo vi una expresión vacía e indiferente. Me dolería menos si rompía a llorar en ese instante.

- Por supuesto - acabó diciendo Will, quien con paso lúgubre se marchó de allí.

Yo quería ir tras él, pero Stephan me cogió de una mano y me la besó.

- Gracias, Crystine, me ha ayudado mucho.

- ¿Por qué? - pregunté casi sin voz.

Los ojos de Stephan brillaron misteriosamente.

- Gracias a usted no he perdido mi apuesta.

Mi corazón se olvidó de latir.

- Verás, Crystine - comenzó de nuevo hablar mi prometido -. William estaba seguro que nunca conseguiría una esposa, y debido a que mi padre nos prohibió hacer un duelo dignamente, hicimos una apuesta.

- ¿Qué conseguía él?

- Le contaré un secreto, Crystine. Él es mi hermano, pero es un bastardo - casi le abofeteo la cara cuando lo dijo con tanta mezquindad -. Yo le juré que dimitiría de mis futuras posesiones y se las entregaría en un acto público. Pero si yo ganaba, que lo he hecho - se regodeó, me dio un profundo asco -, tendría que preparar personalmente mi boda y marcharse. Pero bueno, ya que usted no quiere no dejaré que lo haga - comenzó a reír -, es más, así está mucho mejor.

Después se marchó de la habitación, y yo me dejé caer al suelo, llorando como un recién nacido. Me dolía el pecho y me escocían los ojos, las piernas me fallaban y mi corazón se rompía por momentos. Acaba de cometer el peor error de mi vida.




Perdóname

Stephan no se ando por las ramas, y el domingo de aquella misma semana nos casaríamos. No me había dado ni tiempo a mentalizarme. Mi madre en cuanto se enteró me felicitó, y me abrazó, al igual que mi padre. Richard entró en cólera cuando se enteró, pero logré calmarlo, y conseguí explicarle que yo no quería casarme con él. No se enfadó conmigo, es más, me abrazó y me pidió disculpas por no haberme ayudado más; no le di importancia. Allá a donde iba, todos me felicitaban por mi supuesta gran dicha, no entendía que tenía de bueno.

Al único que no vi en ningún momento fue a William. Le había herido, si lo sé, y sufría por ello. La doncella que me ayudaba me comunicaba que solo le veía cuando dirigía los detalles de la boda que Stephan ya le había dicho, y en los establos, donde se pasaba en día entero. Al igual que a mí, seguramente para Will todo esto era peor que un latigazo en la espalda, pero si no podía encontrarlo y hablar con él, no le podía explicar nada. ¿Qué le vas a explicar? ¿Algo que ya sabe?, me dije a mi misma. Ya apenas salía de mis aposentos, tampoco iba a montar, porque en el fondo no quería encontrarlo y ver su rostro una mueca de tristeza y decepción. Pero no era la única razón, ya por los pasillos comenzaban a llamarme señora Swengestern, y se me ponía malo el cuerpo cada vez que lo hacían.

Dos días antes de la boda, no pude aguantarlo más, y después de cenar con mi familia, salí corriendo, o lo intenté, hacía los establos. Nos sabía si iba a estar allí, pero tenía que intentarlo. La nieve me dificultó el paso hacia mi destino, pero conseguí llegar a los establos, donde una vez allí cerré las puertas de madera y encendí las velas, para iluminar el establo. No había nadie. Un relinchó me sacó de mis pensamientos, y vi a Magíster, que movía el cuello, en señal de que me acercare. Sonriendo, algo que no hacía en mucho tiempo, llegué hasta el caballo y comencé a acariciarle el morro, el cuello, le cogí de las orejas… acabé abrazando a su musculoso cuello, en un intento de tranquilizarme. El caballo no se movió, pero realizó un gorgoteo. Noté que mis ojos se volvían a llenar de lágrimas, pero no las dejé salir.

- No sé qué hacer, Magíster - comencé a hablar, necesitaba desahogarme -. Nos se cómo solucionar esto.

Magíster estornudó, y yo solté una pequeña carcajada. Volví a acariciar el cuello del animal, y continué hablando:

- ¿Has visto a William? ¿Está bien? - ya hablaba por hablar - No le encuentro por ninguna parte, y no se cómo… como disculparme. Magíster, le he hecho daño, mucho daño, y estos días no he podido reunir el valor de ir a buscarlo y pedirle disculpas.

El caballo volvió a relinchar, y si no fuese porque estaba agarrada a su cuello, me hubiese caído al suelo.

- Will - susurré -, perdóname. Lo siento, no sabía nada de tu apuesta con Stephan, solo quería que te quedases, no quería que te fueras… - mi voz acabó siendo un susurro - Magíster, díselo, oh por favor díselo.

Con un dolor insufrible en el pecho, mis rodillas cedieron y caí al suelo. Tenía unas horribles ganas de ponerme a llorar, y gritar para que todo el hotel, incluido Will, me oyese. Pero no lo hice, mi orgullo me lo impidió. Oí unos pasos a mi derecha, y no me molesté en girarla. Si era el asesino, que me matara, ya no me importaba absolutamente nada, nada, nada…

Las pisadas se detuvieron a mi lado, y alguien cayó de rodillas a mi altura.

- Eres estúpida - sollozó William, llorando como nunca le había visto.

Noté como mi corazón saltaba de alegría dentro de mí. Ni siquiera me importó el insulto, solo pensaba en que estaba allí, conmigo. No se quien fue quien empezó, pero ambos nos abrazamos como tanto tiempo había esperado.

- Eres estúpida - repitió Will -, profundamente estúpida.

- ¿Me has oído?

- He estado aquí todo el tiempo - afirmó él -, no me atrevía a salir, y oí todo lo que has dicho, y, - hizo un pausa - ¿de verdad no quieres que me marche?

En ese momento recordé que lo había dicho en un momento en el que mis sentimientos se habían desbordado. Sentí pánico por lo que podía estar pasando dentro de mí. Pero creo que… no me importa, descubrí. De pronto tuve la urgencia de mirarle los ojos, y así lo hice, deshice el abrazo y lo miré. Había preocupación, dolor y rabia…

- ¿Crystine? - me llamó Will, pero en ese momento no estaba pendiente de nada, solo descifrando su mirada - ¿Q- Qué ocurre?

- No… no quiero que te marches - acabé contestando -. Quiero que estés conmigo.

Me sorprendió ver que, las mejillas de Will, normalmente blancas y sin expresión, se tornaban rojas, y sus ojos se agrandaron. Desvió la mirada, y yo me dispuse marcharme, pero Will me lo impidió cogiéndome de la mano. En su mirada vi que estaba confuso, que no sabía lo que hacer, y yo tampoco. Así que, no me moví, esperé a que William reaccionara, quien después de un momento, sonrió, confundiéndome. Le oí susurrarme algo, pero no le entendí. Iba a preguntárselo, cuando sin aviso, me cogió de la cintura y me besó. Me cogió completamente por sorpresa, pero no me moví ni intenté soltarme, es más, creo que, que me gustaba. Dejándome llevar por un impulso, cerré los ojos y coloqué mis brazos alrededor de su cuello. William siguió el juego y me tumbó en el suelo, con delicadeza. Le deshice la lazada que le sujetaba el pelo, y tiré la cinta por algún lado. Agarré unos mechones su nuca, y tiré suavemente. Sus labios se separaron de los míos un momento para soltar un débil gemido, que hizo estremecerme, y volvió a besarme.

Quise que no se separara, pero recuperando el sentido común, algo que yo no tenía en esos momentos, William se separó de mí, bruscamente y a regañadientes, jadeante. Yo no me moví del suelo, hasta que viendo que no iba a volver, me incorpore, y le vi, con la espalda apoyada en la puerta de la cuadra de uno de los caballos, con las mejillas encendidas, y el pelo revuelto. Busqué su mirada, pero estaba perdida en un lejano horizonte.

- Lo siento - se disculpó, haciéndome volver a la realidad -, perdóname, yo…

- ¿Desde cuando, Will? - le pregunté, una vez que volvió mi voz - ¿Desde cuando es que tú me… me quieres?

Will no contestó, pero negó con la cabeza, dándome a entender que no lo sabía. Me mordí el labio inferior, sintiéndome culpable, de no darme cuenta antes. Ahora entendía por qué le había dolido tanto que yo me fuese a casar con Stephan.

- Lo averigüé cuando Stephan dijo que... te ibas a casar con él - lo dijo de un tirón y con dificultad, me dirigió una mirada arrepentida -. Perdóname, no he podido contenerme.

- No tengo nada que perdonar - y no era una aceptación de la disculpa, era lo que realmente sentía -, no cuando yo he sido tan ignorante de no darme cuenta, de no detener esto cuando empezó. Estamos igualados.

Un destello de comprensión cruzó los ojos de Will.

- ¿Me quieres? - ignorando mi vocecilla de la responsabilidad, asentí con la cabeza. William esbozó una mueca, que no supe interpretar. Algo me decía que no le había gustado mi respuesta - Eso solo te causará problemas, más de los que tienes ya. Quizá será mejor que me vaya y no vuelva.

- ¡No lo dices en serio! - exclamé, y en un abrir y cerrar de ojos me había situado en frente de él - ¿Sabes por qué me voy a casar, verdad? ¿Sabes por qué lo hice? ¿Sabes lo mal que lo estoy pasando por hacer que te quedes? ¿Y aun así me dices que quieres irte? - me entraron unas horribles ganas de abofetearle la cara, pero me contuve - ¡Eres un maldito insensible!

- Yo no quiero irme - me dijo, intentando mantener la calma -. En ningún momento lo he dicho. He dicho - continuó al ver que yo me disponía a hablar - que quizá hubiese sido mejor para todos, pero no que quiera. ¿Lo entiendes?

Yo asentí, y le abracé. En ese momento era lo único que quería hacer.




V




Era ya de noche cuando volví a mi habitación. Will se había ido del establo antes que yo, y si no quería coger una pulmonía, yo también tenía que volver. Estaba muy cansada, así que cuando me quitaron el vestido, caí pesadamente sobre la cama. Era una noche tranquila, en la cual la luna llena brillaba, pero yo no podía verla porque la habitación no tenía ventanas. Pasado mañana me casaba con Stephan, me ponía mala cada vez que intentaba mentalizarme. Era un ser tan vil, cruel y orgulloso que me repugnaba pensar que iba a vivir con él durante el resto de mi vida. Y además, a mis padres no les parecía una mala idea. Menos mal que aun tenía a mis hermanos, Richard y Roger, los cuales me habían prometido quitarle unos momentos a Stephan para hablar conmigo. Me había hecho mucha gracia pensar, a mi hermano pequeño rompiéndole la cara a un hombre tan grande como lo era Stephan. Luego estaba William, con quien no sabía que pensar. Solo sé que hiciese lo que hiciese no iba a abandonarme, y la idea me reconfortaba.

Pensando en él fue cuando me entró el sueño, cerré los ojos y… comencé a oír unas pisadas. No era Stephan, quien ya se había metido en su dormitorio y le oía roncar desde mi habitación. Tampoco eran unas pisadas de las sirvientas, quienes se movían con pasos rápidos y sonoros, muy distintos a los que oía ahora, casi imperceptibles y lentos, intentando no hacer ruido. Un terrible pensamiento cruzó mi mente, y logré ahogar un grito. Mis manos comenzaron a sudar, y mi cuerpo no pudo hacer otra cosa que encogerse con las sábanas. De pronto, oí un el sonido característico de una espada desenvainándose, y solté un gemido de terror. Intenté gritar, como ya hice la última vez, pero mi cuerpo no respondía, y solo pude tragar la saliva que se me había acumulado, que me pareció un sonido altísimo, que cualquiera podía oír. El asesino cada vez estaba más y más cerca, sus pisadas cada vez eran más nítidas, y cada vez mi respiración era más irregular.

En un momento determinado, dejé de oír las pisadas y supe que había llegado a la puerta. Volví a oír el sonido metálico, y supe que estaba intentando romper la cerradura. ¡Stephan!, pensé, me hubiera gustado muchísimo poder gritar su nombre, aunque fuese esta única vez. Clang, la cerradura se rompió, y cayó pesadamente al suelo. Me imaginé la mano del asesino en el pomo de la puerta, girándolo lentamente con su habitual sonido. Mi corazón dejó de latir, y me olvidé de respirar, cerré los ojos y apreté los dientes. Un segundo después, el chasquido de la puerta al abrirse inundó mis pensamientos, y solo pude pensar una cosa. Estaba muerta.




Cara a Cara

Pero mi puerta no se abrió. Oía la puerta abriéndose al asesino reanudando su paso, pero mi puerta no se abría. Me sobresalté, no iba a por mí sino a por Stephan. En ese momento, recuperé el control de mi cuerpo, y me levanté corriendo, pero recordé que estaba la puerta cerrada y yo no tenía la llave. Así que reuniendo todo el aire que pude, grité:

- ¡¡STEPHAN!!

Dos segundos después, comencé a oír un forcejeo, choques de espadas o lo que fuesen. Alguien fue estampado contra la pared, y otro gritó. Estuvieron así un buen rato, hasta que casi matándome del susto, la puerta de mi habitación cedió, y dos hombres aterrizaron en el suelo del cuarto. No diferenciaba quien era quien, pero cuando vi una daga en la mano de uno, supe que era el asesino. Stephan se abalanzó sobre el asesino, y lo tiró al suelo. La daga voló a un extremo de la habitación, y Stephan comenzó a golpearle la cara al asesino. Pero el hombre no se quedó quieto, y cuando se le presentó la oportunidad, golpeó en plena cara a Stephan. Lancé un chillido. Stephan cayó en el suelo, y el asesino, rápido como una serpiente, recuperó la daga. Stephan se incorporó a tiempo para esquivar el golpe, pero el asesino logró mover la daga de un manera extraña como para herir a Stephan en el costado. Stephan cayó de nuevo al suelo, bocarriba, y cuando vio que el asesino colocaba la daga para atravesarle el corazón, rodó por el suelo para esquivarlo, cosa que logró.

El asesino parecía a punto de perder la paciencia, así que se movió muy rápido, tanto que casi no lo diferencié, y cogió a Stephan por el cuello de su vestimenta. No pude moverme, ni siquiera gritar, cuando el asesino clavó la daga en el corazón de Stephan. Él abrió mucho los ojos, e intentó coger aire, pero el asesino volvió a clavar la daga en el cuerpo de Stephan. Lo repitió varias veces seguidas, hasta que Stephan dejó de moverse. Me escurrí por la pared hasta quedar sentada en el suelo. El asesino dejó caer el cuerpo de Stephan al suelo, y giró la cabeza lentamente hacia mí. Sabiendo lo que me esperaba salí corriendo, propinándole un empujón, pero logró hacerme tropezar. Me levanté como pude y llegué a la habitación de Stephan, miré por todas partes pero no encontré nada, solo una vela negra encima de la mesilla de noche.

Al sentir una presencia, me giré bruscamente, y me olvidé de respirar. Delante de mí, estaba el asesino. No le veía la cara, tapada por la oscuridad, pero si su daga, iluminada por los rayos de luna que llegaban por la ventana de la habitación. Me temblaban las piernas, pero logré sujetarme. Ninguno de los dos nos movimos, y yo, perdiendo los estribos, comencé a gritar:

- ¡Termine ya!

- No queremos matarla, señorita Oldbridge - era una voz sin sentimiento -. Ninguno de nosotros queremos que se vaya.

- ¿Entonces que quiere? - exclamé, soltando grandes lágrimas que resbalaban por mis coloradas mejillas.

- Queremos que no se vaya de nuestro lado, que se quede con nosotros.

Aquellas palabras yo ya las había oído antes. La verdad me golpeó como una maza gigante en el pecho. El asesino avanzó un paso, y la luz de la luna iluminó su rostro, ensangrentado y arañado. Las piernas me fallaron, y tuve que llevarme una mano al corazón. Era Richard.

- No… no puede ser - sollocé -. No tú no…

- Ellos pretendían separarla de nuestro lado, solo había una solución señorita Crystine.

Entonces comprendí lo que ocurría. Richard se había trastornado del todo con la muerte de Fiona, y había creado un ser a partir de ese miedo a perder a alguien más, en este caso a mí, que mataba a quien según él, le separaba de mí.

- Angelina Giudicci - nombré, su rostro de torció en una mueca desagradable.

- Había insultado a Fiona.

- Gerhard Swengestern…

- Quiso separarme de su lado, mandándola a otra habitación.

- En mis aposentos…

- Estábamos preocupados.

- Stephan Swengestern - nombre por último aunque ese ya lo sabía -, nos íbamos a casar.

- A ninguno de nosotros nos gustó la idea - dijo refiriéndose a él, Richard y a mí, y comenzó a reír, era una risa siniestra -, y el próximo, será el señor Rider, quien cree que se merece su corazón.

- ¡No toques a William! - exclamé, pareció sorprenderle - ¡Ni te atrevas a tocarle un solo pelo!

Richard, o quien fuese pareció a punto de estallar.

- Es un criado, ¡no es importante! Pero le defiende… - parecía estupefacto - ¡no, no, no! ¡Solo me quiere a mí!

- Puedo querer a más de una persona - intenté acercarme, pero se apartó bruscamente -, quiero a Will y te quiero a ti.

- ¿Y a mí? - preguntó - ¿A mí no me quiere, señorita Oldbridge?

Me sentía confusa. Había dicho que les quería a ambos, pero me preguntaba si… era otra persona. Una doble personalidad, eso era lo que había engendrado la muerte de Fiona, y el miedo a perderme.

- Quiero a mi familia a William, no a alguien que asesina a la gente - le respondí.

- ¡Yo soy su familia! ¡Yo soy todo para usted! - gritaba escandalizado, intentando hacerme cambiar de opinión.

- ¡No, no lo eres!

De pronto, saltó hacia mí, con la daga por delante. No me dio tiempo ni a gritar, y el tiempo se detuvo. De repente, un grito que no provenía de mí inundó la habitación. En un abrir y cerrar de ojos, mi padre había atravesado la habitación y había placado en el suelo a Richard. Mi madre estaba plantada en la puerta de la habitación, y Roger corrió hacia mí, le abracé con fuerza. Con un golpe seco, mi padre hizo hacerle perder la consciencia. Entonces, volví a respirar.




V




Mientras mis padres daban la horrible noticia, yo fui a buscar a Will, por si le había ocurrido algo. Me lo encontré, en mi antigua habitación, y un sentimiento de alivio cruzó sus ojos. Llegó hasta mí en un par de zancadas, y me besó. Le conté todo lo ocurrido, mientras él me acariciaba el pelo, sentados en la cama. No dijo nada hasta que no acabé el relato, y acto seguido me abrazó con fuerza por detrás.

- Lo siento mucho - me susurró al oído -. Siento que haya sido tu hermano.

- Más lo siento yo - le dije -, por su culpa tú ya no tienes padre.

Me besó en la sien.

- No te preocupes - le cogí de los brazos que me rodeaban la cintura -, ¿tú estás bien?

No pude responderle de inmediato, pero una vez que cogí aire varias veces, pude contestarle:

- No lo sé, son demasiadas cosa para tan poco tiempo - me giré para tenerle de frente, no se movió -, ¿qué vas a hacer ahora?

- ¿Ahora?

- Si, Stephan ha muerto - no sabía si sentirme bien o mal -, tú puedes heredarlo todo, si quisieras.

Will se tensó bajo mis manos, y me abrazó.

- No lo sé yo tampoco - me confesó -, eso dependerá de lo que hagas tú.

- ¿Yo?

No le vi, pero noté como sonreía.

- ¿Te vas a ir a Londres? - me preguntó, intentó disimularlo, pero estaba claro que no era eso lo que quería.

- No, ni quiero - le cogí de ambos lados del rostro -. Aquí tengo todo lo que quiero.

Vi como en sus azules ojos cruzaba un rápido destello de alivio, y sin pensárselo dos veces, me besó. Yo respondí, y así continuamente. Will me tumbó en la cama, y se separó de mí.

- Buenas noches, Crystine.

Me deprimí mucho cuando supe que se disponía irse, pero no iba a permitirlo e hice un nudo con mis dedos por detrás de su nuca. Mientras él me miraba, interrogante, yo sonreía, y volví a besarle. Pareció que me entendió, porque me hubiese muerto en aquel instante si tuviese que haber dicho algo en voz alta. Con una sonrisa que me desarmó, comenzó a deshacerme el cordón del camisón, mientras que sellaba mis labios con los suyos.




Pequeñas Verdades

Finalmente, William confesó que era hijo de Gerhard Swengestern, y gracias al apoyo de León López, le nombraron director del Royal Magíster y todos los demás hoteles. Mis padres aceptaron la propuesta de Will, y dos meses después me casé con él. Desde entonces, William se pasa los días viajando de país en país, hiendo y viniendo, pero siempre encontraba tiempo para mí. Cuando mi padre murió, yo heredé sus tierras junto con Will, y el pequeño Roger, se fue a Portugal con mi tío, quien no había tenido hijos, y desde entonces vive allí con su prometida, quien aun no tengo el placer de conocer. William acabó abandonando a los hoteles para convertirse en un noble junto conmigo, y pasó a tener el apellido Oldbridge, tal y como mi padre le prometió cuando nos casamos.

Hemos tenido un niño al que llamamos Richard, al igual que mi hermano, quien murió atado a una soga en la plaza de Ginebra, que ya tiene casi cinco añitos, y una niña de dos años a la que hemos llamado Marian, el mismo nombre que tenía la madre de Will. Ahora, estoy embarazada de nuevo, de cinco meses, y William me ha prometido quedarse hasta que nazca el bebé. Vivo feliz junto a él, mis hijos, y mi madre enferma, la cual cuido con esmero.

En este momento, miraba a través de una de las ventanas, mientras acariciaba suavemente mi barriga hinchada. De pronto, comenzó a caer nieve, y alargué la mano para coger un copo de nieve. Me estremecí cuando me tocó la palma de mi mano, y sonreí.