domingo, 9 de septiembre de 2012

La Vela Negra

Capítulo I - El Royal Magíster.


Era una tarde nublosa y apagada, la misma tarde nublosa y apagada que las monótonas tardes de la cuidad de Londres. Solo que en lugar de edificios grises había extensos campos verdes con unas altas montañas en el horizonte. Me gustaba aquella vista, tan distinta a la que acostumbraba a ver… de pronto, comenzó a caer una suave capa de nieve, en la que alargué la mano por el exterior del carruaje para coger uno, me estremecí cuando el frío copo de nieve tocó mi mano. En menos de media hora el paisaje era de un blanco impoluto, solo roto por los escasos árboles de ambos lados del camino. Oí de nuevo el chasquido del látigo del cochero y los corceles de pelaje pardo que tiraban del carruaje de mi familia volvieron a acelerar el paso.


Richard, mi hermano mayor, volvió a soltar una exagerada cantidad de aire con impaciencia, y sin esperar dos segundos más comenzó a hablar de algo con Roger, mi hermano pequeño. Los enormes ojos castaños de mi hermanito brillaron cuando Richard le susurró algo en el oído, pero pronto sus mejillas se tiñeron rojas y le apartó de un empujón. Richard no dejaba de sonreír, y mi madre, doña Louisa les informó que ya quedaba poco, y que no se revolucionaran ahora. Roger volvió a mirarse los pies y balancearlos, que no llegaban al suelo.


Estábamos de viaje por el vigésimo aniversario de mis padres, y un amigo suyo les había invitado a su nuevo hotel, el Royal Magíster. Gerhard Swengestern un hombre de procedencia alemana que había logrado mucho éxito gracias a sus recientes hoteles por todo Centroeuropa. Era un hombre rico, pero no del estamento de mis padres, quienes eran propietarios de una gran cantidad de tierras en Inglaterra. Mi padre, Arthur Oldbridge, era un noble inglés que había ido a Portugal en pos de fortuna, y se había encontrado a mi madre, Louisa Ferreira. Después de que mi abuelo les hubiera dado su bendición antes de morir, se habían vuelto a Londres, dejando al hermano menor de mi madre el territorio en Portugal.


Mi madre era rubia y de tez blanca, con una estructura frágil y con unos grandes ojos oscuros, no demasiados años mayor que Richard, quien tenía diecisiete y ya estaba comprometido; vestía un vestido de numerosos encajes esmeralda. Mi padre, por el contrario, era un hombre fornido, de cabello cano, antes negro como el carbón, de profundo ojos azules, siempre reflexivos. Como era habitual en él, vestía una chaqueta beis larga que le llegaba por las rodillas, con escasos encajes, principalmente en los puños, y una bufanda blanca y ondulada que no llegaba apenas al pecho. Mi hermano Richard era un calco de mi padre, con los ojos oscuros de mi madre, pero la misma mirada reflexiva que mi padre. Roger era moreno, de ojos oscuros y pelo rubio apagado, sus mejillas estaban decoradas con unas alegres pecas.


Por último yo, Crystine Oldbridge, la segunda hija de los Oldbridge, que según me recordaba mi madre, era igual que mi abuelo. Cabello castaño rojizo y manos finas, de cuerpo era igual que mi madre. Lo único que había heredado de mi padre eran los ojos azul claro, algo que no sabía como tomarme.


- Mirad hijos míos - nos llamó nuestro padre -, allá a lo lejos se alza el Royal Magíster.


Desde la distancia a la que estábamos no se distinguía muy bien, pero era un edificio de piedra de altos muros y enorme, que estaba situado al lado de un lago.


- ¿Es el lago Leman, padre? - pregunté.


- En efecto - asintió Arthur Oldbridge -, el mismo.


- ¿Qué tiene de especial? - preguntó con su aguda voz mi hermanito.


Mi madre cogió a Roger y lo colocó en su regazo.


- Es el lago que cruza la cuidad de Ginebra - explicó ella -, un día lo visitaremos.


- ¿De verdad?


- Claro.


Roger sonrió y se acomodó en mi madre. Yo sonreí, y me quedé mirando a través de la ventana, mirando el nevado paisaje de Suiza, mientras el Royal Magíster nos esperaba con las puertas abiertas de par en par.






V






Cuando llegamos al Royal Magíster el director del hotel nos esperaba, junto a algunos sirvientes y el que reconocí como su hijo, Stephan Swengestern. Ambos hombre eran rubios, de facciones duras, pero el padre llevaba una espesa barba y tenía los ojos azules claros, no marrones cómo su hijo.


Mi padre y Gerhard Swengestern se dieron formalmente las manos y comenzaron a hablar animadamente. Acto seguido, mi padre le presentó a Richard quien repitió el proceso, y después llegó el turno de mi madre y mío junto con el pequeño Roger a nuestro lado. Noté como los ojos de Stephan estaban clavados en mí, que por alguna razón no lo encontré de buena fortuna. Ya había estado con él en diversas ocasiones pero, aun ser una persona llena de talentos, era un creído y un mimado desde que nació.


El señor Swengestern vino a saludarme, y yo le ofrecí la mano y doblé mis rodillas, cogiendo un pliegue de mi vestido azul cielo.


- Me alegro mucho de tenerla en nuestro hotel, señorita Oldbridge, espero que tenga una agradable estancia durante estos meses.


Realicé un quejido casi imperceptible. No me gustaba la idea de tener que estar tanto tiempo fuera de casa en un lugar desconocido para mí, peor aun que me lo recordasen. Noté que alguien soltaba una carcajada oculta bajo un carraspeo improvisado. No necesité darme la vuelta para saber que era Richard, quien conocía mi problema.


- Se lo agradezco señor Swengestern, os aseguró que así ocurrirá - contesté con la mayor destreza que pude.


Después de Gerhard, vino su hijo. Tenía sus ojos clavados en mí, aun cuando saludaba a mis familiares. Cuando me llegó mi turno, realicé el mismo proceso que con su padre, pero él, primero me acarició la mano y me la besó con una delicadeza que me sorprendió. En ningún momento dejó que su mirada se desviara de mis ojos, noté cómo mis mejillas se coloraban levemente.


Alguien carraspeó por mi lado derecho, y no era Richard. Lo único que había a ese lado eran criados… entonces me di cuenta que uno de ellos, un muchacho, de mi edad debía de ser, de ojos azules clarísimos, de lacio pelo castaño oscuro que no llegaba a los hombros, recogido hacia atrás, pero con pelos por ambos lados del rostro que no llegaban para que pudieran recogerse, miraba a Stephan con una mueca de burla. Stephan le devolvió la mirada, una peligrosa, y retrocedió hasta quedar detrás de su padre. Yo estaba allí sin comprender, ¿desde cuando un sirviente mira así a su señor?


- Bien, ahora que ya hemos terminado de saludarnos gustosamente mis criados os llevaran a sus respectivas habitaciones - fijó su mirada en el muchacho de antes -. Señor Rider, háganos el favor.


- Como deseé - respondió el joven, después de una pausa. Parecía reacio a obedecer al señor Swengestern.


Mientras el muchacho apellidado Rider nos guiaba, vi dos cosas: que los criados recogían nuestras cosas, y que Stephan miraba al muchacho con una mueca de satisfacción. Sentí repugnancia hacia él, y decidí avivar el paso para alcanzar al señor Rider, quien no parecía dispuesto a cooperar.


- Perdone señor Rider pero, ¿nuestras habitaciones tienen balcón?


Él me miró de reojo, y por un momento me pareció que no iba a contestar.


- Lo siento señorita, pero lo desconozco - en ese momento giró la cabeza y nuestros ojos se encontraron -. Pero si usted lo pide, yo le daré una con balcón.


- Os lo agradezco - sonreí, y busqué otro tema de conversación -. ¿Cuál es su nombre, señor Rider?


- William - me dijo, desconfiado; tardó un pensamiento en continuar hablando -. Perdone la pregunta señorita, ¿a qué se debe vuestra curiosidad?


Yo me encogí de hombros, ya que no tenía respuesta.


- ¿Es inglés, William? - aunque ya lo sabía: se le notaba en el acento al que tan acostumbrada estaba.


- Nací y viví allí mis quince primeros años - afirmó William -. Luego me trajeron aquí.


- Comprendo.


Allí acabó la conversación. El señor Rider nos llevó a nuestras habitaciones, y tal como me prometió, me dio una que tenía un balcón bien grande, tal y como me gustaban. Le di las gracias, y para mi sorpresa me sonrió. Me pareció extraño, ya que no parecía una persona muy acostumbrada a sonreír. Luego se marchó, dejándome sola en mi amplia y decoraba habitación del Royal Magíster.







La Fiesta de Inauguración

Como mi familia fue la primera en llegar, tuvimos que esperar tres jornadas más hasta que todos lo invitados del señor Swengestern llegaran al hotel. Desde mi balcón, vi como hombres gruesos y bajos hasta mujeres empolvadas hasta los cabellos, hacían el mismo ritual que el que hicimos nosotros al llegar. Algunas familias de las que vi ya había tenido trato con ellos con anterioridad, pero la gran mayoría me eran desconocidos. Al que no vi en ningún momento más fue a William Rider, en ninguna otra ocasión le vi ir a dar la bienvenida a los otros invitados del señor Swengestern, algo que le comenté a la mujer que me ayudaba en estos momentos a colocarme el vestido carmesí que me había regalado recientemente Stephan.

- El señor Rider es algo… - dudó la criada - independiente.

- ¿A qué te refieres? - le pregunté entre dientes cuando me apretó el corsé.

- No es un criado normal, como usted ya ha comprobado. Nos sorprendió a todos cuando fue a daros la bienvenida, algo poco habitual si me permite el atrevimiento. Desde entonces sigue en el establo.

- ¿Es mozo de cuadra?

- Es el único que se encarga de cuidar a los caballos del señor Swengestern, hay otro establo para los corceles de lo invitados- la doncella volvió a apretar y solté una débil queja -. Antes también estaba el señor Green, pero hasta dentro de unas semanas no vuelve por un permiso que le dio el señor director. El señor nos ha dicho que pueden cogerlos siempre que lo deseen.

- Oh… muy bien.

Ya que no tenía otra cosa que hacer, fui a ver a mi hermano Richard para ver si quería jugar a una partida de ajedrez, pero cuando vi a mi madre entrar en sus aposentos con prisa, supe que algo no iba bien. Apreté el paso y alcancé a mi padre cuando iba a entrar, le lancé una mirada interrogante pero él me negó con la cabeza, y ambos pasamos a la habitación de mi hermano.

Él y mi madre estaban sentados en su cama, mi hermano llevaba entre las manos una carta de finas letras y lágrimas en el papel. Con cuidado y delicadeza, cogí la carta y la leí:




Estimado señor Oldbridge:

Lamento ser yo quien le comunique eta desgarradora noticia de última hora, pero debe saber que la familia Rouge ha sido presa de los piratas del Mediterráneo. Los condes Rouge fueron soltados de inmediato en las costas del sur de Francia, pero su hija Fiona Rouge, vuestra prometida, falleció en el accidente. Mis más humildes condolencias y mi más profundo pésame, pero dadas las circunstancias, ninguno de los señores Rouge ha podido comunicárselo con anterioridad.

Que su alma siga con Dios Todopoderoso, Obispo Louis D’alibour




No dudé en lanzarme a sus brazos e intentar reconfortarle como pude. Richard soltó a mi madre y me abrazó con fuerza, llorando en silencio la muerte de Fiona. No solo era la prometida de mi hermano, sino que había sido una gran amiga mía, antes que sus padres se fueran a Génova para proteger a su hija de un conde de nombre desconocido para mí. Mis padres acabaron por marcharse dejándome sola junto con mi hermano. Me senté donde antes estaba mi madre, y me separé de él. Le cogí las manos y se las acaricié, como hacía siempre para calmarlo desde niños.

Pareció que él se dio cuenta del detalle, porque aun con el rostro en lágrimas me sonrió.

- Gracias, Crystine.

- No importa - le abracé de nuevo, y noté como su llanto cesaba.

- Nunca me dejes…

- ¿Perdón?

Richard me colocó en frente de él, y me cogió suavemente de los hombros.

- Quédate conmigo - me pareció una súplica, y no pude evitar sentir pena por mi hermano -, nunca te alejes de mí, por favor, Crystine.

- Nunca te dejaré solo, me tienes y me tendrás siempre a tu lado.

Su rostro se relajó cuando lo hice, y se quitó las lágrimas con la mano. Volvió a abrazarme, y acto después yo salí de la habitación, cuando Richard estaba profundamente dormido.

Eran muchas cosas en las que pensar, tanto como para mí como para Richard, y lo que hacía en estos casos, cuando estaba tan taciturna y tensa, era ir a montar. Y sin dudarlo dos veces fui al establo del señor Swengestern. Se encontraban cerca de la entrada principal a mano izquierda, así que no tenía pérdida. En un principio, no vi a nadie, pero pronto oí un silbido que provenía de dentro de las cuadras. Con cuidado, me acerqué a la puerta de madera.

Había una fila de cuadras a cada lado, y podía haber con facilidad unas siete en cada una. Al final del todo, había una decimoquinta cuadra donde reposaba un semental negro como el azabache, con una marca blanca en el pecho. Me pareció precioso desde el primer momento en el que lo vi, y alargué la mano para acariciarle el morro. El caballo se dejó hacer, y pronto me lamió la mano, y solté una alegre carcajada.

- Parece que le gustáis - me sobresaltó William, desde el otro extremo del establo.

- Es un animal hermoso - le dije -, ¿quién es su propietario? ¿El señor Swengestern?

William asintió gestualmente, y puso una cara de tristeza.

- Apenas lo saca de aquí - dejó la silla en un potro que tenía cerca, y cogió las bridas para coger al animal -, así que una vez al día doy grandes paseos con él - abrió la puerta de la cuadra, y para mi sorpresa, el caballo no se movió, y se dejó hacer -. Eso es… muy bien.

- ¿Cuál es su nombre? - pregunté observándolos.

Para mi sorpresa, William soltó una suave risa que me confundió.

- Magíster - me contestó.

En un momento pensé que me estaba tomando el pelo, pero al levantar la mirada y ver el letrero para identificar el animal me di cuenta que lo decía en serio, y uní mi risa con la suya.

- ¿Me está diciendo que el hotel se llama así por su caballo?

- Es una historia algo extraña y larga - William ya había terminado de equiparlo, y me miró cuando dijo -, se la puedo contar mientras damos un paseo por el campo nevado, ¿le parece, señorita Oldbridge?

- Por favor - asentí, y luego sonreí -. Pero llámame Crystine.

Él asintió gestualmente.

- Faltaría más… Crystine.

V




En la fiesta de inauguración todo el mundo había decidido llevar máscaras. A Gerhard Swengestern le había parecido una idea brillante, y ahora en la fiesta llevábamos todos máscaras y antifaces. Era un gran salón iluminado por inmensos candelabros colgantes, de numerosas alfombras de varios metros de largo, con paredes repletas de cuadros de grandes artistas. En el fondo, unos músicos tocaban una música suave y bella para mis oídos.

En esos momentos yo estaba con mi hermano Roger, colocándole el antifaz porque no se le sujetaba como debería. Mis padres habían decidido ir a bailar, y Richard no había bajado, ya que aun no se había recuperado del todo. Después de que Roger estuviese decente, corrió por el salón con el hijo de los Giudicci, dejándome sola y al borde del pánico. Temía encontrarme con Stephan, era lo último que me apetecía en esos momentos. Estaba segura que después de un baile me pediría compromiso, y si no quería hacer enfadar a mis padres y al suyo tendría que aceptar.

Por un milagro, no apareció en ningún momento antes de que llegase su padre, para mencionar unas palabras de cortesía. No hice ni caso a lo que dijo, pero si vi que cerca suya se encontraba Stephan, y que al igual que yo le había visto a él, él me había visto a mí. Al acabar el discurso, los invitados del Royal Magíster rompieron en aplausos, incluida yo. Cuando quise darme la vuelta para salir de allí, tenía a Stephan delante de mí.

- Buenas noches, señorita Oldbridge.

Haciendo callar a mi instinto y a mi nariz, le saludé formalmente.

- No nos hemos visto desde su bienvenida, lo siento.

- No lo sienta - lo dije muy convencida, mientras andábamos por la sala.

- La verdad es que estado muy ocupado saludando a todas estas personas, la mayoría las conocí desde infante, al igual que a ti, Crystine. ¿Me permite llamarla así? - no me di tiempo a responder, porque siguió hablando - Es una agradable noche, con una bella música, ¿no cree? Perfecta para un baile - me miró a través de su antifaz azul oscuro - ¿Bailaría conmigo, Crystine?

Yo me quedé en el sitio, sin atreverme decir no. De lo tensa que estaba en ese momento, me empezaron a sudar las manos.

- Yo… bueno, verá…

- Me ha prometido un baile, señor Swengestern, y no está bien hacer que una mujer rompa sus promesas - dijo una voz desde mis espaldas.

Me di bruscamente la vuelta, para ver a mi salvador. En esos momentos no diferencié muy bien quien era, solo que llevaba un vestuario de color oscuro, negro y blanco, que para ser sincera no estaba nada mal. Como todas las personas, llevaba una máscara, sencilla y negra, que no delataba su rostro. Se acercó a mí, me cogió la mano derecha y me la besó, pero al terminar esto no me la soltó.

- Si me permite - le dijo a Stephan, y me sacó de allí para ir directamente a bailar en el centro de la sala.

Me sorprendió, no sé el porqué, pero aquel hombre bailaba exquisitamente bien, y no estaba pegado a mí como ocurría con Stephan o mi propio hermano. La verdad, el baile se me hizo corto, así que le pedí otro más. Pareció divertido con la idea.

- ¿Ocurre algo? - le pregunté.

- Nada importante - y la música volvió a sonar, y él volvió a moverse al compás -, solo me alegra servirle de ayuda.

- No lo sabe usted bien - el confesé -, me ha salvado la noche.

- Me alegro - sonrió.

En ese momento me acordé que estaba bailando con un desconocido, así que me animé a seguir hablando.

- ¿De qué familia es?

Pareció molesto con la pregunta, y me preocupe de haberlo estropeado todo. Pero simplemente no contestó y siguió bailando conmigo al lado.

- Perdone, no pretendía ofenderle - me disculpé, después de una pausa.

- No importa, es normal su curiosidad - me tranquilizó -. Baila muy bien, Crystine.

- Gracias - dije, extrañada; me sonaba mucho aquella voz diciendo mi nombre -. ¿Señor?

- ¿Si?

Alzó la mirada, y entonces vi unos claros ojos azules, los mismos que había estado viendo toda la tarde.

- William… - susurré, completamente paralizada; mis pies habían dejado de moverse, y me quedé mirándole a los ojos - ¿qué hace aquí?

Me miró, entre divertido y preocupado.

- Salgamos fuera a tomar un poco el aire, ¿le parece?

No esperó a mi respuesta y me sacó del salón, cogiéndome de la mano. No se porque pero me hizo sonrojar haciendo aquello, y llegamos a un tramo de escaleras que comunicaba con un hermoso jardín. Por alguna razón, no nos quedamos allí y seguimos andando, hasta que, al otro lado de un rosal de rosas rojas, se extendía un lago enorme y congelado rodeado de árboles cubiertos de nieve. Al otro lado, había una cuidad. El lago Leman. Era una vista muy bonita y especial, aunque lo estropeaba en frío que tenía en los brazos, que a William no se le pasó por alto, y me ofreció el chaquetón negro, que me colocó por los hombros.

- Gracias - le dije, él se encogió de hombros y se sentó en la blanca nieve, y no dudé de sentarme a su lado. Pasó un rato antes de volver a dirigirle la palabra -. ¿Por qué está aquí, William?

- ¿Necesitaba ayuda, no? - me dijo, estaba claramente divertido con la idea, pero sus ojos se ensombrecieron un poco - ¿Me va a delatar? - me preguntó en un susurro.

Yo negué con la cabeza, sonriente y alegre.

- No, pero… quiero que sepa que solo por lo impresionada que estoy por sus pasos de baile.

Y ambos comenzamos a reír.

- Gracias - me agradeció, y luego volvió a mirarme -, ¿no me vas a preguntar nada?

- No sé - le confesé -, ¿me va a contestar?

Un destello cruzó los ojos de William.

- Puede que sí, puede que no - volvió a encogerse de hombros -. Depende mucho de la pregunta que me haga, Crystine.

- ¿Por qué me tratas con tanta familiaridad?

No contestó de inmediato.

- ¿Por qué no me tratas como un criado más? - contratacó él, sin contestar a mi pregunta.

- Porque no pareces un criado más. Vas a tu aire, y sigues sin contestar a mi pregunta - gruñí.

- Pues porque voy a mi aire - me guiñó un ojo, noté como mis mejillas se teñían de rojo, más aun de lo que estaban. Supliqué a todos los Santos que conocía que solo creyera que era del frío.

Suspiré, pero en el fondo, sabía que había dado un rodeo para contestarme. William tenía algo, no sé el qué, que me sonaba haber visto antes. Su forma de hablar, de caminar… yo lo había visto antes, en otra persona. Me dio rabia no recordarlo en ese momento, y giré la cabeza hacia un lado, donde vi un cuerpo tirado en el suelo. Tiré de la camisa se William para que se percatase, y frunciendo el ceño, me ayudó a levantarme y nos dirigimos para allá.

Era una mujer, con el pecho cubierto de sangre y un cuchillo clavado en el corazón. Oculté la cara en el pecho de William, para no tener que ver aquello.




Asesino

Todo apuntaba a que el cuerpo era el de Angelina Giudicci, la madre del amigo de Roger. Mi pobre hermanito estaba pendiente de su amigo desde entonces, cuando William y yo descubrimos el cuerpo. Me había mandado a buscar a alguien, mientras él se iba ponerse el traje de criado. Dos días después el ajetreo no había terminado, y algunas familias se habían marchado del Royal Magíster, para ir al funeral de la señora Giudicci. Últimamente no pasaban otra cosa que desgracias, me dije en un pensamiento pesimista. Lo único bueno fue que Stephan estaba muy ocupado registrando la zona como para prestarme atención, cosa que agradecí a Dios.

Todos los días después del almuerzo iba a visitar a Richard, quien se negaba a salir de su habitación para nada. Y todas las tardes salía a cabalgar con William, con quien pronto llegué a tener confianza, y estaba claro que el sentimiento era mutuo. Mis padres parecían tranquilos aun con el asesinato de la señora Giudicci, decían que confiaban en Gerhard para solucionar el asunto. Yo seguía sin estar tan segura.

Una semana después la paz pareció recuperarse, pero yo seguía intranquila y casi a punto de romper a llorar de la angustia, Aun estaba impactada por haber visto el cadáver de la señora Giudicci, y frecuente más los establos, con o sin William, para dejar de pensar. Y él se dio cuenta. Una vez, que acababa de llegar de cabalgar, me dejó el caballo en su cuadra y se sentó en un banco de madera que había fuera. Cuando me disponía a irme, me pidió que me sentara. Yo, sin pensarlo, me senté a su lado.

- ¿Sigues asustada? - me preguntó, había un timbre de preocupación en su voz.

- Solo intranquila - le aseguré, pero no pareció muy convencido, posiblemente por mi tono de voz en ese momento -. Es que, yo, nunca había… - me sentí incapaz de continuar, con el llanto a punto de salir.

William, dudó un instante, pero acabó rodeándome con sus brazos. Me sorprendí a mi misma cuando mis brazos acabaron por abrazarlo, y al final, acabé descargando toda la tensión que tenía acumulado desde aquel día, en lágrimas sobre su pecho. A William no pareció molestarle, porque me abrazó con más fuerza y dejó que acabase. Cuando mi llanto acabó un sollozo, recuperé la voz.

- Lo siento - murmuré, aun apretada contra él.

- No lo hagas - negó, en el mismo todo de voz que el mío -, han sido muchas cosas en poco tiempo.

- Me avergüenzo de esto - le confesé.

- Tranquila, solo estoy yo.

Me hizo gracia el comentario, y solté una carcajada.

- ¿Habías visto antes un cadáver?

Noté como se tensaba, y respiraba profundamente. Tardó un poco en contestar.

- El de mi madre - confirmó William -, cuando aun era un niño.

Me alarmé. Aquello era muchísimo peor de lo que imaginaba, y me separé de él. Tenía los ojos ligeramente húmedos. Tal como hacía con Richard, le cogí la mano y comencé a acariciársela. Funcionó. Sus músculos se destensaron y su respiración acabó volviendo a la normalidad, pero una lágrima cayó por su mejilla, la cual yo recogí con la punta de un dedo. William me cogió esa mano, y fijó su mirada en la mía. Mi instinto se apoderó de mí, y rápidamente salí de allí a paso ligero, sentí como William tenía clavada su mirada en mi nuca. Mi mente solo me preguntaba una cosa: ¿Qué estás haciendo?







Casi corriendo, atravesé los pasillos hacia mis aposentos. Por desgracia estaban en la planta alta, y tuve que subir un buen tramo de escaleras. En cuanto llegué, cerré de un portazo la puerta y me quedé apoyada en la valla del balcón. Allí, con la cara entre mis manos, rompí a llorar de nuevo, pero por un motivo bien distinto. Tantas veces mi padre me había advertido que no me confiara demasiado en los criados, que no somos como ellos, somos de una clase distinta a la suya. Ahora todas aquellas conversaciones no habían servido de nada, había cogido demasiado cariño a William, como si fuera mi hermano. El pecho me dolía de forma alarmante, y mi cabeza no dejaba de quejarse. Esto no puede estar pasando, me dije. De mis hermanos yo he sido siempre la que he mantenido mejor las distancias, y ahora soy yo la que no he sabido controlarlas, y me toca pagar lo que he infringido.

- ¡Crystine!

Me giré en redondo, y en la puerta de mi habitación, se encontraba Stephan. Por una milésima de segundo, deseé que fuera William. Pero no iba a venir a buscarme, William no era así.

- ¿Qué le ocurre? - preguntó, preocupado.

Me sequé las lágrimas velozmente.

- Nada importante - frunció el ceño -. ¡De verdad!

- La he oído desde el pasillo, Crystine, no me engañe -llegó a mi lado, y se apoyó en la valla junto a mí, que no pude evitar sentir un poco de rechazo -. Es por su amiga Fiona Rouge, ¿no?

- La echaré de menos - no era una mentira, no del todo.

- Siempre se echa de menos a los amigos - hizo una pausa, y me miró de reojo -. Hoy hay una celebración en Ginebra, ¿querría venir conmigo?

- Lo lamento, Stephan, pero estoy muy cansada y pretendía dormir.

- Oh… - en ese momento supe que no me había oído por los pasillos, y que solo había venido por eso; sentí un profundo rencor - pues que lástima.

- Si…

- Pues entonces… felices sueños, Crystine.

- Igualmente.




V




Tal y como le dije a Stephan Swengestern, después de una cena ligera me dirigí directamente a dormir. Sentí como mi hermano Richard me miraba, y que estaba preocupado, pero por fortuna no dijo nada y se limitó a dejarme marchar. Mientras caminaba por uno de lo innumerables pasillos del Royal Magíster, vi por una de las ventanas que se avecinaba una tormenta. El cielo estaba gris, y la nieve volaba por el aire; además, también creo que estaba lloviendo. Mal presagio, pensé.

Ya en mis aposentos, una criada vino a ayudarme a quitarme el vestido, y no pude evitar pensar en William, si estaría bien. Me regañe a mi misma por pensar aquello, ¿qué me importaba? Cuando ya solo me quede en un camisón de seda blanco, me tumbé en la cama, a esperar a que me llegase el sueño. Pero no llegó, y los rayos y los truenos del exterior no ayudaban. Volví a sentirme intranquila y nerviosa, y movida por una presentimiento, me di la vuelta. En la ventana del balcón, había una figura irreconocible por la oscuridad de la noche. Mi corazón dejó de latir en esos segundos, comencé a jadear. El asesino, allí en mi ventana.

No podía gritar, no podía moverme… pero en cuanto alargó la mano para girar el picaporte de la ventana, el miedo se apoderó de mí… y chillé.




El Nuevo Director

Mi madre volvió a abrazarme, y una sirvienta me trajo una bebida caliente. En el despacho del señor Gerhard estábamos reunidos mi familia, excepto Roger, quien seguía durmiendo, los dos Swengestern, un noble que me habían presentado antes como León López, hombre castellano, el alcalde de Ginebra y para mi desgracia y sorpresa, William Rider.

Todos discutían sobre lo que me había ocurrido, ninguno dudaba de mi palabra que aquel era el asesino, que seguía suelto y estaba por los alrededores del Royal Magíster. A mi lado, sentado, estaba Richard, que aun con el dolor de cabeza que portaba, no se había movido de mi lado, detalle que le agradecí de corazón. Temblaba de miedo y nervios, solo de pensar que había un asesino por la zona y que yo estaba entre sus planes. Mis padres y León López exigían mayores medidas de seguridad, algo que el alcalde y Gerhard Swengestern dudaban en que pudiera cumplirse. Yo no les prestaba atención a ninguno de ellos, solo a William, quien estaba apoyado en la pared con el puño cerrado. Su expresión no decía nada, pero yo sabía que estaba a punto de estallar.

- Hay que hacer algo - dijo mi padre -, volverá a por mi hija.

- Si, de eso no cabe la menor duda - confirmó León -. Si no podemos aumentar las medidas de seguridad, al menos pongamos a la señorita Oldbridge a salvo, hasta que se nos ocurra algo.

- Si pero, ¿dónde? - dijo el alcalde.

- No se va a mover del hotel - gruñó mi hermano Richard, quien me sorprendió y conmovió.

- No… sería una imprudencia - negó mi padre.

- Pero, Arthur… - comenzó a decir el señor López.

- Mi hija no se irá lejos de aquí, me niego - interrumpió mi padre.

El señor Swengestern suspiró, y cayó en su silla, agotado. Yo tenía una solución: volver directamente a Londres, pero no se si el señor Swengestern se lo iba a tomar bien, y por otra razón, que me impidió decirlo.

- Quizá pueda bajar a la planta inferior, donde yo tengo mi habitación al lado - saltó de pronto Stephan -. No hay balcones ni ventanas, solo se puede acceder a través del pasillo, donde si viene alguien, yo me daré cuenta.

Me horrorizaba la idea, pero en términos de mi protección mi padre no atendía a razones. E intuía que no le parecía mala la idea. Mi madre asintió levemente, y León López y el alcalde parecieron conformes. William apretaba la mandíbula, parecía un tigre a punto de saltar al cuello de Stephan.

- ¡No! - exclamó mi hermano - ¡No tiene por qué hacerlo!

- Richard es para proteger a tu hermana, en cuanto el asesino desaparezca volverá a donde antes - dijo mi padre.

- Pero padre, nada indica que vaya a volver a por ella.

- Siempre es mejor prevenir que curar - recitó Gerhard -. No te metas, hijo.

- ¡Es mi hermana! Tengo todo el derecho a meterme.

- ¡Y también es mi invitada! - gritó el director, casi fuera de sí - Voy a protegerla cueste lo que cueste, muchacho. Ahora haz el favor de retirarte.

Richard se quedó de pie un momento, luego con un gruñido salió de la habitación en grandes zancadas. Mi padre suspiró, y volvió a dirigirse a Gerhard Swengestern.

- Me parece bien - ahora su mirada se posó en mí, y con una sonrisa me cogió sus manos entre las suyas -. Todo va a solucionarse.

Yo asentí gestualmente. Todo el mundo se marchó dejándome a solas con el señor Swengestern y William. El hombre se acercó a mí, y sonrió.

- Quédese aquí tanto como lo necesite, señorita Oldbridge.

- Gracias.

Se giró y miró directamente a William, pero no dijo nada. El chico acabó por asentir, y Gerhard salió por la puerta. Suspiré, aquello no podía ir peor. Tomé un sorbo de mi bebida, de nuevo, y mientras miré de reojo a William. Seguía tenso, claramente incómodo. Hasta que no me termine el vaso, y vino hacia mí para cogerlo, no dijo nada. Al cogerlo, cuando yo se lo tendí, lo dejó en el escritorio, y su mirada bajó al suelo. No me atrevía a decir nada, y él tampoco parecía dispuesto, aunque al final fue él, quien abrió primero la boca:

- ¿Cómo estás? - no me pareció que quisiera decir eso, pero cogiendo aire antes le respondí:

- Mejor que antes.

Hubo otra pausa incómoda, en la que ninguno nos movimos. William acabó perdiendo la paciencia.

- ¡Al diablo con todo! - y rápido como el rayo me abrazó. Aquella vocecilla que me gritaba que me contuviese acabó acallada hasta que casi no pude oírla, y llevé mis brazos hacia su cuello para poder agarrarme bien. A veces pensaba aquel hueco estaba echo a mi medida, William volvió a usar la voz - ¿Te hizo algo?

- No llegó a entrar en la habitación - le aseguré.

- Gracias a Dios - me apretó más fuerte, casi ahogándome, pero no me importó.

- Perdona por mi actitud el otro día - dije, después de una pausa -, no debí…

- Hiciste lo que hubiera echo cualquiera, no te castigues por ello - pareció dudar si seguir hablando -. Sé porque lo hiciste, Crystine, te han educado así, pero yo… - se mordió el labio inferior - Una vez te dije que mi madre murió, ¿verdad? - yo asentí con la cabeza - Pero nunca me has preguntado por mi padre.

Me separe de él, removida por dentro por un presentimiento. William se sentó a mi lado en el sofá del despacho del señor Swengestern, y apoyó la cabeza en la pared, cerrando los ojos. Yo no le metí prisa para que continuase hablando, ya que tenía la impresión que le resultaba difícil hablar del tema. Finalmente, comenzó a hablar:

- Mi madre era una sirvienta de una noble señora inglesa, la cual no recuerdo el nombre. Vivía bien, lo justo para vivir y alimentarse, pero todo cambió un día que Gerhard Swengestern, fue a visitar a su señora. Por algún motivo, Gerhard se fijó en mi madre, Marian, y bueno - su mirada se fijó en mí, con sus ojos claros medio tapados por el flequillo castaño -, me tuvieron a mí.

Me quedé paralizada. Ahora lo veía claro, esa aura que le rodeaba que me resultaba familiar. Rememoraba los recuerdos en los que aparecían el señor Swengestern, y otros de él, y apreciaba las diferencias y los rasgos compartidos…

- Pero no te apellidas Swengestern - replicó mi sentido común.

- Porque mi padre se marchó antes de que supiera que tenía un hijo, y adopté el apellido de mi madre - contestó William -. Cuando murió, fui acogido por León López, que causal, y afortunadamente para mí acababa de llegar a Inglaterra. Cuando en un momento dado él y mi padre se encontraron, me reconoció y recogió. Desde entonces vivo con él.

- ¿Y Stephan?

- Stephan… es dos años menor que yo. Pero es hijo de la señora Swengestern, por eso será él quien herede todo esto - dijo mientras hacía círculos con un dedo, refiriéndose al Royal Magíster.

- En otras palabras - dije después de una pausa prolongada -, eres hijo ilegítimo de Gerhard Swengestern.

- Si lo quieres ver así - se encogió de hombros -. No lo veas como algo malo, ha echo por mí más cosas de las que crees.

- ¿Stephan lo sabe?

- Por supuesto, y por eso no me aguanta - me resumió, se le nubló la mirada -, y por eso no quiero que estés cerca de su habitación.

- No puedo hacer nada, Will - le miré, por si hacía algo extraño por cómo le había llamado. No pareció molesto, así que en ese momento decidí llamarlo así -. En términos de mi seguridad, mi padre no me deja opinar. ¿Qué te preocupa?

- Lo mismo que a ti, si estás tan cerca de él, tendrá más oportunidades de pedirte matrimonio.

Me quedé mirándole, entre estupefacta y avergonzada.

- ¿Lo sabes?

Me dirigió una mirada divertida. Nunca supe como tomármela.

- Todo el hotel lo sabe - sonrió -. Y según he oído a tu madre no le importa lo más mínimo, es más, está encantada.

Reprimí un grito. Eso significaba una cosa, más problemas para negarme. Will se percató de mi problema.

- No voy a dejarle - me aseguró, para mi sorpresa -. No voy a dejar que ocurra eso.

- ¿Cómo?

No contestó de inmediato.

- De momento, digamos que estará muy ocupado persiguiendo a el asesino - hizo una nueva pausa -. Al igual que yo.

- ¿Qué?

- Voy a averiguar quien intenta matarte, y a los invitados del Royal Magíster - añadió rápidamente.

- Ojalá pudiese ayudarte en algo - suspiré.

- Claro que puedes - sonrió de nuevo, y de pronto, me acarició la mejilla, haciendo estremecerme - solo no te metas en problemas.

- Es un poco difícil - bromeé -, pero puedo intentarlo.

Y después se ofreció a acompañarme a mi habitación, aunque no estaría mucho tiempo, casi estaba amaneciendo. Al estar todo el hotel en una completa oscuridad, no me supe guiar bien, pero para mi fortuna Will sí. Me cogió de la mano y me llevó por los numerosos pasillos del hotel, cuando llegamos a mi cuarto, me ayudó a recoger mis cosas. Quince minutos después, él y yo nos dirigíamos hacia mi nueva habitación, yo con algo de desgana. Al llegar, vi que era una sala no muy grande de madera, pero no era muy desagradable. Cuando llegó la hora, William se despidió y salió por la puerta.

No pasaron ni dos segundos, cuando oí un grito de socorro. No era de Will.




V




Cuando llegué, ya había personas dirigiéndose hacia allí. En uno de los pasillos, estaba sentado Will en el suelo, con un hombre entre los brazos. Solté un gritillo, era Gerhard Swengestern. Igual que la señora Giudicci, tenía varias apuñaladas en el pecho, sangrantes. Con la ayuda de otro criado, Will levantó a su padre, que con lo ojos húmedos, se lo llevó de aquí. Mis padres no tardaron en aparecer, pero tuve que reunir el valor de explicarle a mi padre lo que había sucedido. Mi padre es un hombre fuerte, pero casi rompió a llorar. Le abracé tan bien como pude, pero no sirvió de nada, estaba profundamente afectado.

Aquella situación se prolongó durante días hasta que el señor Swengestern fue enterrado. Yo jamás recordaba a mi padre en tal mal estado. Incluso sentí lástima por Stephan, quien permaneció impasible durante toda la ceremonia. Cuando terminó, fui a darle mis condolencias, que las aceptó con demasiada buena gana, pienso yo. Luego me pidió que diéramos un paseo por el paisaje nevado de los alrededores del hotel. No pude negarme. Para mi fortuna, Stephan no habló en absoluto, y entonces me di cuenta de lo realmente mal que lo estaba pasando, para que no soltase palabra, algo completamente inusual. Al final, acabamos sentados en las escaleras de la entrada principal del hotel.

- ¿Por qué? - susurraba una y otra vez Stephan - No lo merecía.

- Lo sé - murmuré yo.

- Ese maldito bastardo de asesino me las pagará, lo juro delante suya, Crystine - tal y como lo dijo, prometo que dio hasta miedo estar a su lado -. No descansaré hasta que el filo de mi espada le atraviese el corazón.

- Pero ahora tiene que ocuparse del hotel, Stephan. No solo del asesino.

- Puedo hacer las dos cosas - y clavó sus ojos en los míos -, y seguir protegiéndola. No crea que es motivo para no preocuparme por su seguridad.

- También debe preocuparse por los demás residentes del Royal Magíster, no me parece bien que su preocupación solo sea hacia mí.

- Sois la hija del mejor amigo de mi difunto padre, debo poner más atención en usted.

- Pero… ¿Y mis hermanos? - se me ocurrió de pronto - ¿También a ellos no?

- Faltaría más - dijo entre dientes, estaba claro que no los había contado en absoluto -, contad con ello. Y lo primero que voy a hacer es comenzar a quitar sospechosos.

Hubo un timbre de maldad en su voz, que no me pareció buena señal. Me marché de allí después de intercambiar algunas palabras más con él. Luego, me dirigí a los establos, para cabalgar un rato y dejar de pensar en los asesinatos.




La mañana del día siguiente recibí una noticia alarmante. Me vestí a toda prisa, y salí de mis aposentos prácticamente corriendo. Nadie me había dicho nada, y peor aun Will tampoco, así que, recordando que hacía a estas horas, me dirigí a su habitación, en una zona apartada del hotel. Tenía que atravesar la cocina y el comedor, pero no me importaba en esos momentos, En menos de un suspiro llegué a sus aposentos justo cuando vi que el picaporte se giraba me planté justo delante, para que me viese bien. Al salir, Will no pareció muy sorprendido de mi presencia. Es más, parecía incluso molesto, como si no quisiera encontrarme allí.

- ¿Cómo has podido? - le pregunté, gritando - ¿Por qué no me lo has dicho antes?

- Porque sabía que iba a pasar esto - se apoyó en el marco de puerta, con el pelo aun sin recoger -, además sabes perfectamente que Stephan no me quiere aquí.

- ¡Pero no puede echarte del hotel sin más!

- Es el nuevo director del hotel, claro que puede - frunció el ceño -. Mejor entra, antes que alguien te vea aquí.

No me dio tiempo a quejarme, rápido como un rayo, me cogió del brazo y me metió en su habitación. Era una habitación sencilla, con una sencilla cama y una mesilla con unas velas negras encima. Fruncí el ceño, nunca las había visto en el hotel antes.

- ¿De dónde las has sacado? - pregunté.

William giró la cabeza, y frunció el ceño.

- Era lo que iba ir a decirte ahora, antes de encontrarte plantada delante de mi habitación - se dirigió hacia las velas, y cogió cada una con mucho cuidado. Me enseñó una de las caras de las velas, que eran extrañamente hexagonales, y por un momento me olvidé de respirar. En cada una de ellas, estaban escritas un nombre: Angelina y Gerhard -. Las encontré en sus respectivas habitaciones, pero en ninguna otra.

- ¿Crees que son del asesino? - pregunté, cogiendo la vela donde ponía Angelina.

- No tengo ninguna duda - me respondió -, es más, creo que es lo que usa para indicar su próxima víctima - me miró - ¿Has recibido alguna?

Negué con la cabeza.

- No, ninguna.

Will se destensó bruscamente. Dejé la vela de Angelina encima de la mesilla, y me mordí el labio inferior, pensativa. Había tantas cosas de las que preocuparme; William se marchaba, el asesino seguía por ahí, Stephan era el director del Royal Magíster, y pronto me pediría matrimonio… de pronto se me ocurrió una idea, era descabellada y tenía sus consecuencias, pero quizá podría así convencerle para que dejase a Will en el hotel. Me despedí de William, dejándole con la palabra en la boca, y salí de allí a paso ligero. Llegué al despacho del director del hotel, y allí como supuse estaba Stephan metido en una montaña de papeles. Aun así, los dejó de lado al verme llegar. Le dije que no podía echar a William, y él frunció el ceño.

- ¿Por qué no debería de hacerlo? - me preguntó, dando golpecitos con la pluma en la mesa.

- Por favor Stephan, necesito que se quede, me es de gran ayuda.

Stephan pareció dudar, pero pronto negó de nuevo con la cabeza.

- No, no voy a permitir que ese…

- Stephan, concédeme mi deseo - le interrumpí, y mi corazón paró cuando pronuncié aquellas palabras -. Como regalo de boda.

Stephan acabó asintiendo, después de una larga pausa. Se levantó de la silla, y me cogió de la mano. Dos segundos después sus labios estaban pegados a los míos. No estaba disfrutando con aquel beso, pero lo había por Will.

El cual vi que estaba en la puerta del despacho, en ese momento. Stephan me soltó y vi como lanzaba una mirada de triunfo y llena de maldad a su hermanastro.

- He cambiado de opinión, señor Rider - dijo con una voz ronca -. Prefiero que se quede.

Observé como William clavaba las uñas en el marco de la puerta, y apretaba los dientes con una fuerza que creí que se los iba a romper. No le veía el rostro, orientado hacia el suelo.

- No sabe cuanto se lo agradezco, señor - respondió Will, con una voz rota y apenas audible.

Stephan esbozó una última sonrisa, y vi que un peligroso destello cruzaba sus verdes ojos.

- Es más, quiero que usted vaya preparando los preparativos para mi boda.

Aquello ya era malvado. Estaba haciéndole sufrir a consciencia, y Will no podía negarse. Levantó la mirada, y solo vi una expresión vacía e indiferente. Me dolería menos si rompía a llorar en ese instante.

- Por supuesto - acabó diciendo Will, quien con paso lúgubre se marchó de allí.

Yo quería ir tras él, pero Stephan me cogió de una mano y me la besó.

- Gracias, Crystine, me ha ayudado mucho.

- ¿Por qué? - pregunté casi sin voz.

Los ojos de Stephan brillaron misteriosamente.

- Gracias a usted no he perdido mi apuesta.

Mi corazón se olvidó de latir.

- Verás, Crystine - comenzó de nuevo hablar mi prometido -. William estaba seguro que nunca conseguiría una esposa, y debido a que mi padre nos prohibió hacer un duelo dignamente, hicimos una apuesta.

- ¿Qué conseguía él?

- Le contaré un secreto, Crystine. Él es mi hermano, pero es un bastardo - casi le abofeteo la cara cuando lo dijo con tanta mezquindad -. Yo le juré que dimitiría de mis futuras posesiones y se las entregaría en un acto público. Pero si yo ganaba, que lo he hecho - se regodeó, me dio un profundo asco -, tendría que preparar personalmente mi boda y marcharse. Pero bueno, ya que usted no quiere no dejaré que lo haga - comenzó a reír -, es más, así está mucho mejor.

Después se marchó de la habitación, y yo me dejé caer al suelo, llorando como un recién nacido. Me dolía el pecho y me escocían los ojos, las piernas me fallaban y mi corazón se rompía por momentos. Acaba de cometer el peor error de mi vida.




Perdóname

Stephan no se ando por las ramas, y el domingo de aquella misma semana nos casaríamos. No me había dado ni tiempo a mentalizarme. Mi madre en cuanto se enteró me felicitó, y me abrazó, al igual que mi padre. Richard entró en cólera cuando se enteró, pero logré calmarlo, y conseguí explicarle que yo no quería casarme con él. No se enfadó conmigo, es más, me abrazó y me pidió disculpas por no haberme ayudado más; no le di importancia. Allá a donde iba, todos me felicitaban por mi supuesta gran dicha, no entendía que tenía de bueno.

Al único que no vi en ningún momento fue a William. Le había herido, si lo sé, y sufría por ello. La doncella que me ayudaba me comunicaba que solo le veía cuando dirigía los detalles de la boda que Stephan ya le había dicho, y en los establos, donde se pasaba en día entero. Al igual que a mí, seguramente para Will todo esto era peor que un latigazo en la espalda, pero si no podía encontrarlo y hablar con él, no le podía explicar nada. ¿Qué le vas a explicar? ¿Algo que ya sabe?, me dije a mi misma. Ya apenas salía de mis aposentos, tampoco iba a montar, porque en el fondo no quería encontrarlo y ver su rostro una mueca de tristeza y decepción. Pero no era la única razón, ya por los pasillos comenzaban a llamarme señora Swengestern, y se me ponía malo el cuerpo cada vez que lo hacían.

Dos días antes de la boda, no pude aguantarlo más, y después de cenar con mi familia, salí corriendo, o lo intenté, hacía los establos. Nos sabía si iba a estar allí, pero tenía que intentarlo. La nieve me dificultó el paso hacia mi destino, pero conseguí llegar a los establos, donde una vez allí cerré las puertas de madera y encendí las velas, para iluminar el establo. No había nadie. Un relinchó me sacó de mis pensamientos, y vi a Magíster, que movía el cuello, en señal de que me acercare. Sonriendo, algo que no hacía en mucho tiempo, llegué hasta el caballo y comencé a acariciarle el morro, el cuello, le cogí de las orejas… acabé abrazando a su musculoso cuello, en un intento de tranquilizarme. El caballo no se movió, pero realizó un gorgoteo. Noté que mis ojos se volvían a llenar de lágrimas, pero no las dejé salir.

- No sé qué hacer, Magíster - comencé a hablar, necesitaba desahogarme -. Nos se cómo solucionar esto.

Magíster estornudó, y yo solté una pequeña carcajada. Volví a acariciar el cuello del animal, y continué hablando:

- ¿Has visto a William? ¿Está bien? - ya hablaba por hablar - No le encuentro por ninguna parte, y no se cómo… como disculparme. Magíster, le he hecho daño, mucho daño, y estos días no he podido reunir el valor de ir a buscarlo y pedirle disculpas.

El caballo volvió a relinchar, y si no fuese porque estaba agarrada a su cuello, me hubiese caído al suelo.

- Will - susurré -, perdóname. Lo siento, no sabía nada de tu apuesta con Stephan, solo quería que te quedases, no quería que te fueras… - mi voz acabó siendo un susurro - Magíster, díselo, oh por favor díselo.

Con un dolor insufrible en el pecho, mis rodillas cedieron y caí al suelo. Tenía unas horribles ganas de ponerme a llorar, y gritar para que todo el hotel, incluido Will, me oyese. Pero no lo hice, mi orgullo me lo impidió. Oí unos pasos a mi derecha, y no me molesté en girarla. Si era el asesino, que me matara, ya no me importaba absolutamente nada, nada, nada…

Las pisadas se detuvieron a mi lado, y alguien cayó de rodillas a mi altura.

- Eres estúpida - sollozó William, llorando como nunca le había visto.

Noté como mi corazón saltaba de alegría dentro de mí. Ni siquiera me importó el insulto, solo pensaba en que estaba allí, conmigo. No se quien fue quien empezó, pero ambos nos abrazamos como tanto tiempo había esperado.

- Eres estúpida - repitió Will -, profundamente estúpida.

- ¿Me has oído?

- He estado aquí todo el tiempo - afirmó él -, no me atrevía a salir, y oí todo lo que has dicho, y, - hizo un pausa - ¿de verdad no quieres que me marche?

En ese momento recordé que lo había dicho en un momento en el que mis sentimientos se habían desbordado. Sentí pánico por lo que podía estar pasando dentro de mí. Pero creo que… no me importa, descubrí. De pronto tuve la urgencia de mirarle los ojos, y así lo hice, deshice el abrazo y lo miré. Había preocupación, dolor y rabia…

- ¿Crystine? - me llamó Will, pero en ese momento no estaba pendiente de nada, solo descifrando su mirada - ¿Q- Qué ocurre?

- No… no quiero que te marches - acabé contestando -. Quiero que estés conmigo.

Me sorprendió ver que, las mejillas de Will, normalmente blancas y sin expresión, se tornaban rojas, y sus ojos se agrandaron. Desvió la mirada, y yo me dispuse marcharme, pero Will me lo impidió cogiéndome de la mano. En su mirada vi que estaba confuso, que no sabía lo que hacer, y yo tampoco. Así que, no me moví, esperé a que William reaccionara, quien después de un momento, sonrió, confundiéndome. Le oí susurrarme algo, pero no le entendí. Iba a preguntárselo, cuando sin aviso, me cogió de la cintura y me besó. Me cogió completamente por sorpresa, pero no me moví ni intenté soltarme, es más, creo que, que me gustaba. Dejándome llevar por un impulso, cerré los ojos y coloqué mis brazos alrededor de su cuello. William siguió el juego y me tumbó en el suelo, con delicadeza. Le deshice la lazada que le sujetaba el pelo, y tiré la cinta por algún lado. Agarré unos mechones su nuca, y tiré suavemente. Sus labios se separaron de los míos un momento para soltar un débil gemido, que hizo estremecerme, y volvió a besarme.

Quise que no se separara, pero recuperando el sentido común, algo que yo no tenía en esos momentos, William se separó de mí, bruscamente y a regañadientes, jadeante. Yo no me moví del suelo, hasta que viendo que no iba a volver, me incorpore, y le vi, con la espalda apoyada en la puerta de la cuadra de uno de los caballos, con las mejillas encendidas, y el pelo revuelto. Busqué su mirada, pero estaba perdida en un lejano horizonte.

- Lo siento - se disculpó, haciéndome volver a la realidad -, perdóname, yo…

- ¿Desde cuando, Will? - le pregunté, una vez que volvió mi voz - ¿Desde cuando es que tú me… me quieres?

Will no contestó, pero negó con la cabeza, dándome a entender que no lo sabía. Me mordí el labio inferior, sintiéndome culpable, de no darme cuenta antes. Ahora entendía por qué le había dolido tanto que yo me fuese a casar con Stephan.

- Lo averigüé cuando Stephan dijo que... te ibas a casar con él - lo dijo de un tirón y con dificultad, me dirigió una mirada arrepentida -. Perdóname, no he podido contenerme.

- No tengo nada que perdonar - y no era una aceptación de la disculpa, era lo que realmente sentía -, no cuando yo he sido tan ignorante de no darme cuenta, de no detener esto cuando empezó. Estamos igualados.

Un destello de comprensión cruzó los ojos de Will.

- ¿Me quieres? - ignorando mi vocecilla de la responsabilidad, asentí con la cabeza. William esbozó una mueca, que no supe interpretar. Algo me decía que no le había gustado mi respuesta - Eso solo te causará problemas, más de los que tienes ya. Quizá será mejor que me vaya y no vuelva.

- ¡No lo dices en serio! - exclamé, y en un abrir y cerrar de ojos me había situado en frente de él - ¿Sabes por qué me voy a casar, verdad? ¿Sabes por qué lo hice? ¿Sabes lo mal que lo estoy pasando por hacer que te quedes? ¿Y aun así me dices que quieres irte? - me entraron unas horribles ganas de abofetearle la cara, pero me contuve - ¡Eres un maldito insensible!

- Yo no quiero irme - me dijo, intentando mantener la calma -. En ningún momento lo he dicho. He dicho - continuó al ver que yo me disponía a hablar - que quizá hubiese sido mejor para todos, pero no que quiera. ¿Lo entiendes?

Yo asentí, y le abracé. En ese momento era lo único que quería hacer.




V




Era ya de noche cuando volví a mi habitación. Will se había ido del establo antes que yo, y si no quería coger una pulmonía, yo también tenía que volver. Estaba muy cansada, así que cuando me quitaron el vestido, caí pesadamente sobre la cama. Era una noche tranquila, en la cual la luna llena brillaba, pero yo no podía verla porque la habitación no tenía ventanas. Pasado mañana me casaba con Stephan, me ponía mala cada vez que intentaba mentalizarme. Era un ser tan vil, cruel y orgulloso que me repugnaba pensar que iba a vivir con él durante el resto de mi vida. Y además, a mis padres no les parecía una mala idea. Menos mal que aun tenía a mis hermanos, Richard y Roger, los cuales me habían prometido quitarle unos momentos a Stephan para hablar conmigo. Me había hecho mucha gracia pensar, a mi hermano pequeño rompiéndole la cara a un hombre tan grande como lo era Stephan. Luego estaba William, con quien no sabía que pensar. Solo sé que hiciese lo que hiciese no iba a abandonarme, y la idea me reconfortaba.

Pensando en él fue cuando me entró el sueño, cerré los ojos y… comencé a oír unas pisadas. No era Stephan, quien ya se había metido en su dormitorio y le oía roncar desde mi habitación. Tampoco eran unas pisadas de las sirvientas, quienes se movían con pasos rápidos y sonoros, muy distintos a los que oía ahora, casi imperceptibles y lentos, intentando no hacer ruido. Un terrible pensamiento cruzó mi mente, y logré ahogar un grito. Mis manos comenzaron a sudar, y mi cuerpo no pudo hacer otra cosa que encogerse con las sábanas. De pronto, oí un el sonido característico de una espada desenvainándose, y solté un gemido de terror. Intenté gritar, como ya hice la última vez, pero mi cuerpo no respondía, y solo pude tragar la saliva que se me había acumulado, que me pareció un sonido altísimo, que cualquiera podía oír. El asesino cada vez estaba más y más cerca, sus pisadas cada vez eran más nítidas, y cada vez mi respiración era más irregular.

En un momento determinado, dejé de oír las pisadas y supe que había llegado a la puerta. Volví a oír el sonido metálico, y supe que estaba intentando romper la cerradura. ¡Stephan!, pensé, me hubiera gustado muchísimo poder gritar su nombre, aunque fuese esta única vez. Clang, la cerradura se rompió, y cayó pesadamente al suelo. Me imaginé la mano del asesino en el pomo de la puerta, girándolo lentamente con su habitual sonido. Mi corazón dejó de latir, y me olvidé de respirar, cerré los ojos y apreté los dientes. Un segundo después, el chasquido de la puerta al abrirse inundó mis pensamientos, y solo pude pensar una cosa. Estaba muerta.




Cara a Cara

Pero mi puerta no se abrió. Oía la puerta abriéndose al asesino reanudando su paso, pero mi puerta no se abría. Me sobresalté, no iba a por mí sino a por Stephan. En ese momento, recuperé el control de mi cuerpo, y me levanté corriendo, pero recordé que estaba la puerta cerrada y yo no tenía la llave. Así que reuniendo todo el aire que pude, grité:

- ¡¡STEPHAN!!

Dos segundos después, comencé a oír un forcejeo, choques de espadas o lo que fuesen. Alguien fue estampado contra la pared, y otro gritó. Estuvieron así un buen rato, hasta que casi matándome del susto, la puerta de mi habitación cedió, y dos hombres aterrizaron en el suelo del cuarto. No diferenciaba quien era quien, pero cuando vi una daga en la mano de uno, supe que era el asesino. Stephan se abalanzó sobre el asesino, y lo tiró al suelo. La daga voló a un extremo de la habitación, y Stephan comenzó a golpearle la cara al asesino. Pero el hombre no se quedó quieto, y cuando se le presentó la oportunidad, golpeó en plena cara a Stephan. Lancé un chillido. Stephan cayó en el suelo, y el asesino, rápido como una serpiente, recuperó la daga. Stephan se incorporó a tiempo para esquivar el golpe, pero el asesino logró mover la daga de un manera extraña como para herir a Stephan en el costado. Stephan cayó de nuevo al suelo, bocarriba, y cuando vio que el asesino colocaba la daga para atravesarle el corazón, rodó por el suelo para esquivarlo, cosa que logró.

El asesino parecía a punto de perder la paciencia, así que se movió muy rápido, tanto que casi no lo diferencié, y cogió a Stephan por el cuello de su vestimenta. No pude moverme, ni siquiera gritar, cuando el asesino clavó la daga en el corazón de Stephan. Él abrió mucho los ojos, e intentó coger aire, pero el asesino volvió a clavar la daga en el cuerpo de Stephan. Lo repitió varias veces seguidas, hasta que Stephan dejó de moverse. Me escurrí por la pared hasta quedar sentada en el suelo. El asesino dejó caer el cuerpo de Stephan al suelo, y giró la cabeza lentamente hacia mí. Sabiendo lo que me esperaba salí corriendo, propinándole un empujón, pero logró hacerme tropezar. Me levanté como pude y llegué a la habitación de Stephan, miré por todas partes pero no encontré nada, solo una vela negra encima de la mesilla de noche.

Al sentir una presencia, me giré bruscamente, y me olvidé de respirar. Delante de mí, estaba el asesino. No le veía la cara, tapada por la oscuridad, pero si su daga, iluminada por los rayos de luna que llegaban por la ventana de la habitación. Me temblaban las piernas, pero logré sujetarme. Ninguno de los dos nos movimos, y yo, perdiendo los estribos, comencé a gritar:

- ¡Termine ya!

- No queremos matarla, señorita Oldbridge - era una voz sin sentimiento -. Ninguno de nosotros queremos que se vaya.

- ¿Entonces que quiere? - exclamé, soltando grandes lágrimas que resbalaban por mis coloradas mejillas.

- Queremos que no se vaya de nuestro lado, que se quede con nosotros.

Aquellas palabras yo ya las había oído antes. La verdad me golpeó como una maza gigante en el pecho. El asesino avanzó un paso, y la luz de la luna iluminó su rostro, ensangrentado y arañado. Las piernas me fallaron, y tuve que llevarme una mano al corazón. Era Richard.

- No… no puede ser - sollocé -. No tú no…

- Ellos pretendían separarla de nuestro lado, solo había una solución señorita Crystine.

Entonces comprendí lo que ocurría. Richard se había trastornado del todo con la muerte de Fiona, y había creado un ser a partir de ese miedo a perder a alguien más, en este caso a mí, que mataba a quien según él, le separaba de mí.

- Angelina Giudicci - nombré, su rostro de torció en una mueca desagradable.

- Había insultado a Fiona.

- Gerhard Swengestern…

- Quiso separarme de su lado, mandándola a otra habitación.

- En mis aposentos…

- Estábamos preocupados.

- Stephan Swengestern - nombre por último aunque ese ya lo sabía -, nos íbamos a casar.

- A ninguno de nosotros nos gustó la idea - dijo refiriéndose a él, Richard y a mí, y comenzó a reír, era una risa siniestra -, y el próximo, será el señor Rider, quien cree que se merece su corazón.

- ¡No toques a William! - exclamé, pareció sorprenderle - ¡Ni te atrevas a tocarle un solo pelo!

Richard, o quien fuese pareció a punto de estallar.

- Es un criado, ¡no es importante! Pero le defiende… - parecía estupefacto - ¡no, no, no! ¡Solo me quiere a mí!

- Puedo querer a más de una persona - intenté acercarme, pero se apartó bruscamente -, quiero a Will y te quiero a ti.

- ¿Y a mí? - preguntó - ¿A mí no me quiere, señorita Oldbridge?

Me sentía confusa. Había dicho que les quería a ambos, pero me preguntaba si… era otra persona. Una doble personalidad, eso era lo que había engendrado la muerte de Fiona, y el miedo a perderme.

- Quiero a mi familia a William, no a alguien que asesina a la gente - le respondí.

- ¡Yo soy su familia! ¡Yo soy todo para usted! - gritaba escandalizado, intentando hacerme cambiar de opinión.

- ¡No, no lo eres!

De pronto, saltó hacia mí, con la daga por delante. No me dio tiempo ni a gritar, y el tiempo se detuvo. De repente, un grito que no provenía de mí inundó la habitación. En un abrir y cerrar de ojos, mi padre había atravesado la habitación y había placado en el suelo a Richard. Mi madre estaba plantada en la puerta de la habitación, y Roger corrió hacia mí, le abracé con fuerza. Con un golpe seco, mi padre hizo hacerle perder la consciencia. Entonces, volví a respirar.




V




Mientras mis padres daban la horrible noticia, yo fui a buscar a Will, por si le había ocurrido algo. Me lo encontré, en mi antigua habitación, y un sentimiento de alivio cruzó sus ojos. Llegó hasta mí en un par de zancadas, y me besó. Le conté todo lo ocurrido, mientras él me acariciaba el pelo, sentados en la cama. No dijo nada hasta que no acabé el relato, y acto seguido me abrazó con fuerza por detrás.

- Lo siento mucho - me susurró al oído -. Siento que haya sido tu hermano.

- Más lo siento yo - le dije -, por su culpa tú ya no tienes padre.

Me besó en la sien.

- No te preocupes - le cogí de los brazos que me rodeaban la cintura -, ¿tú estás bien?

No pude responderle de inmediato, pero una vez que cogí aire varias veces, pude contestarle:

- No lo sé, son demasiadas cosa para tan poco tiempo - me giré para tenerle de frente, no se movió -, ¿qué vas a hacer ahora?

- ¿Ahora?

- Si, Stephan ha muerto - no sabía si sentirme bien o mal -, tú puedes heredarlo todo, si quisieras.

Will se tensó bajo mis manos, y me abrazó.

- No lo sé yo tampoco - me confesó -, eso dependerá de lo que hagas tú.

- ¿Yo?

No le vi, pero noté como sonreía.

- ¿Te vas a ir a Londres? - me preguntó, intentó disimularlo, pero estaba claro que no era eso lo que quería.

- No, ni quiero - le cogí de ambos lados del rostro -. Aquí tengo todo lo que quiero.

Vi como en sus azules ojos cruzaba un rápido destello de alivio, y sin pensárselo dos veces, me besó. Yo respondí, y así continuamente. Will me tumbó en la cama, y se separó de mí.

- Buenas noches, Crystine.

Me deprimí mucho cuando supe que se disponía irse, pero no iba a permitirlo e hice un nudo con mis dedos por detrás de su nuca. Mientras él me miraba, interrogante, yo sonreía, y volví a besarle. Pareció que me entendió, porque me hubiese muerto en aquel instante si tuviese que haber dicho algo en voz alta. Con una sonrisa que me desarmó, comenzó a deshacerme el cordón del camisón, mientras que sellaba mis labios con los suyos.




Pequeñas Verdades

Finalmente, William confesó que era hijo de Gerhard Swengestern, y gracias al apoyo de León López, le nombraron director del Royal Magíster y todos los demás hoteles. Mis padres aceptaron la propuesta de Will, y dos meses después me casé con él. Desde entonces, William se pasa los días viajando de país en país, hiendo y viniendo, pero siempre encontraba tiempo para mí. Cuando mi padre murió, yo heredé sus tierras junto con Will, y el pequeño Roger, se fue a Portugal con mi tío, quien no había tenido hijos, y desde entonces vive allí con su prometida, quien aun no tengo el placer de conocer. William acabó abandonando a los hoteles para convertirse en un noble junto conmigo, y pasó a tener el apellido Oldbridge, tal y como mi padre le prometió cuando nos casamos.

Hemos tenido un niño al que llamamos Richard, al igual que mi hermano, quien murió atado a una soga en la plaza de Ginebra, que ya tiene casi cinco añitos, y una niña de dos años a la que hemos llamado Marian, el mismo nombre que tenía la madre de Will. Ahora, estoy embarazada de nuevo, de cinco meses, y William me ha prometido quedarse hasta que nazca el bebé. Vivo feliz junto a él, mis hijos, y mi madre enferma, la cual cuido con esmero.

En este momento, miraba a través de una de las ventanas, mientras acariciaba suavemente mi barriga hinchada. De pronto, comenzó a caer nieve, y alargué la mano para coger un copo de nieve. Me estremecí cuando me tocó la palma de mi mano, y sonreí.





4 comentarios:

  1. NyaaaaEsta historia me ha encantado¡¡¡ Es decir..vale que tiene muchas muertes(que casi me han hecho llorar..se me encojía el corazón con cada muerte..) pero me ha encantado la trama principal..y me ha parecido que William es una persona fántástica XD Digno de Cyistine sin duda XD
    Y..aunque no creo necesario decirlo..lo has escrito y descrito genial Tiaria XD

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  2. jooo muchas gracias :3 de verdad que me encanta que os guste!!

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  3. OwO estuvo genial >////< no me espere que fuera Richard! aunque tampoco pense mucho al leer x3 bueno, Tiaria el relato me encanto!! >_< aish.. que bien escriben estas chicas ^3^ xD

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