No apagues la vela

Soledad.
No hay otra palabra para describir lo que siento. Estoy sola. Totalmente, sin ninguna compañía. Salvo las sombras.
Sombras, escondidas, serpenteantes, cambiando de lugar continuamente, como un soplo de aire frío, como el susurro de la muerte. Acechando, jamás sabrás dónde están, pero ellas saben dónde estás tú. Las ves, no piensas que sean peligrosas, pero te equivocas, ellas te vigilan, conocen tus pensamientos, son conscientes de tus peores pesadillas.
Las sombras se aprovecharon de mí, hace ya muchos años. Ahora sólo soy un espíritu, una quieta ánima en pena. Sin posibilidad para moverse, sentada tras una mesa, contemplando la lúgubre llama de una vela inquieta. No se mueve por el aire, aquí no sopla. Las sombras la mueven, para que no se apague, para mantener a la vela maldita encendida. La misma vela culpable de que esté aquí, esperando, con paciencia.
No sé cuánto tiempo ha pasado, lo ignoro, no me importa. Me abstengo a contemplar la llama, deseando que alguien la sople y ocupe mi lugar, entonces será su problema. Entonces él o ella será el que aguarde a la siguiente víctima. Ingenua víctima, como yo aquel día. El día que mi destino cambió. El día que dejé de respirar y mi corazón no volvió a latir. El día en el que me senté y soplé la vela, sin saber por qué. Pero ahora lo sé.
Es un juego.
Así se divierten las sombras, viendo el sufrimiento de los demás, viendo cómo la gente queda atrapada en esta maldición. Yo, simplemente, espero, con paciencia. Me da igual cuánto tarden, pero que vengan. Las sombras ya han consumido mi ser, no queda nada dentro de mí que me entretenga ni me enorgullezca. Simplemente, no queda nada dentro de mí. Esas son las normas del juego, cuanto más tiempo esperes, las sombras más consumen tu alma. Se alimentan de los sueños de la gente y de su esperanza. Yo ya perdí mi esperanza hace años, o quizá décadas, o siglos, lo ignoro. Sólo sé que estoy aquí, esperando al siguiente peón de este juego.
¿Estarías dispuesto a relevarme?